(Sinópsis de La Organización Social del Trabajo. Lucila Finkel. Ps. 14 -24)
La división social del
trabajo vista
por los clásicos
Adam Smith.
Como es obvio, ni Marx ni Durkheim meditaron
acerca de la división
del trabajo en un vacío teórico. Ambos contaban
con el referente de una
tradición que ya Adam Smith sintetizó en su libro
La riqueza de las naciones (1776).
Más allá de la disputa teórica.
especialmente con Marx, es evidente que los temas que aborda Smith
se reiteran a lo largo de los siglos XIX y XX sin haber perdido
su vigencia.
En lo que concierne a nuestro problema, si bien Adam Smith considera
que existe una división del trabajo por sectores o tipo
de actividad producti--
va, su gran mérito es, haber puesto de relieve la especialización
entre los
distintos tipos de trabajo y la especialización dentro
de cada uno de ellos. Lo
que parece hoy una trivialidad, por estar ya incorporado al sentido
común,
no lo era en 1776. La introducción de nueva maquinaria,
que trajo aparejada
la Revolución Industrial, posibilitó una organización
de las funciones pro--
ductivas muy distinta a la tradición artesana. Y es precisamente
esa reorga-
nización sobre la que teoriza Smith con un indudable sentido
de la perspec--
tiva histórica, ya que las dos proposiciones clave de la
teoría clásica del
crecimiento tienen su origen en él: a) el crecimiento se
produce como conse--
cuencia de la división del trabajo, y b) el grado de división
del trabajo está
limitado por las dimensiones del mercado.
Para ilustrar el primer punto, Smith eligió
el famoso caso de la fabrica--
ción de alfileres, donde describe el paso del maestro artesano.
que hacía todo
el alfiler, hasta la fábrica donde «un trabajador
estira el alambre, otro lo
corta, un tercero hace la cabeza, un cuarto lo afila y asi sucesivantente»'.
Para un objeto tan simple como un alfiler se requieren dieciocho
operacio--
nes distintas para completar el proceso de fabricación,
pero el resultado es
impresionante: mientras un trabajador aislado podía producir
alrededor de
20 alfileres por día, la separación de tareas y
la colaboración entre los traba-
jadores permite producir 48.000 alfileres por día, 240
veces más.
El incremento de la productividad, que
es una consecuencia de la divi--
sión del trabajo, obedece a varias razones:
a) El aumento de la destreza de los trabajadores
como consecuencia de
la reducción de su trabajo a una sola operación
y el «hacer de esta
operación el único empleo de su vida».
b) El ahorro de tiempo, que de otra forma se perdería al
pasar de un
tipo a otro de trabajo.
e) El uso de máquinas que facilitan y reducen el trabajo,
permitiendo
que un solo hombre realice el trabajo de muchos.
La creciente especialización supone
un alto grado de interdependencia,
como consecuencia de la cual cada actividad individual necesita
de la pro--
ducción de bienes y servicios de otras industrias. Ya en
la economía de true--
que el individuo podía satisfacer sus necesidades intercambiando
el ex-
cedente de su producción por otros productos, pero, al
generalizarse la división
del trabajo, este proceso de dependencia se acentúa hasta
tal punto que «cada
hombre vive intercambiando y llega a ser en alguna medida un comercian--
te». No obstante, Smith cree que esta división del
trabajo, de la que se deri--
van tantas ventajas, no es producto de la sabiduría humana,
sino que más
bien constituye la consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual,
de una
gierta propensión de la naturaleza humana al trueque e
intercambio de
una cosa por otra. Pero si la propensión al intercambio
es lo que da origen a
la división del trabajo, también Smith advierte
de que la misma está limitada
o condicionada por la dimensión del mercado. No se puede
estimular a nadie
a que se dedique totalmente a un solo trabajo cuando el mercado
es muy
pequeño, ya que hay cierto tipo de industrias que sólo
pueden desarrollarse
en una gran ciudad.
La conceptualización de división
del trabajo es más amplia que la espe--
cialización ocupacional. Otra distinción importante
que introduce Smith se
refiere a los trabajos que agregan valor y que denomina «trabajos
producti--
vos» y los que no tienen ese efecto, «trabajos improductivos».
Ejemplo del
primero es el del trabajador de la manufactura, que generalmente
agrega al
valor de los materiales el de su propia subsistencia y la ganancia
del dueño,
mientras que el trabajo del humilde sirviente no agrega valor
a nada. Muchas
esferas respetables de la vida social están llenas de trabajos
improductivos
como el del humilde sirviente; se trata de trabajos que no se
materializan en
mercancías que se puedan vender y que, por tanto, nada
agregan a la riqueza
de las naciones. Por más honorables que sean estos trabajos,
entre los cuales
Smith menciona el servicio de la corona, el ejército, la
justicia, la iglesia, y
lo mismo puede decirse del trabajo de los artistas, todos los
que viven de
ellos se mantienen a expensas de la producción de la tierra
Y del trabajo
productivo. Obviamente, la proporción de trabajo productivo
e improducti--
vo en la división del trabajo depende de la capacidad de
acumulación de
capital de cada país.
Las teorizaciones de Smith sobre la división
del trabajo. el concepto de
trabajo productivo, la teoría del valor, etc., fueron indudablemente
un punto
de referencia importante para los economistas posteriores, como
lo reconoce
el propio Marx en su Historia crítica de las Teorías
de la Plusvalía. Sin
embargo, a pesar de estos y otros méritos indudables. Smith
tenía una visión
muy limitada de la Revolución Industrial; escribió
más sobre las fábricas de
alfileres que sobre la fabricación del acero y, como dice
Barber, «fue incapaz
de apreciar plenamente el ritmo al que se estaba realizando el
cambio tecno--
lógico en su propia época».
Proximidades y diferencias entre Marx y Durkheim
Pese a que Durkheim (1858-1917) desarrolló
su discurso teórico en opo-
sición a Marx. (1818-1883), es preciso señalar también
algunas preocupacio-
nes comunes. En primer lugar, tanto uno como el otro identifican
los proble-
mas relevantes de su época y lo hacen con una perspectiva
histórica. En la
búsqueda de las tendencias históricas de largo plazo,
ambas teorizaciones
están impregnadas por una connotación evolucionista
y secularizante de la
vida social. En ese sentido ambos son hijos del siglo XIX, marcado
por
la influencia de Darwin. En segundo lugar, hay coincidencia entre
los dos
autores en señalar la creciente complejización de
la división del trabajo
que acarrea, tanto la especialización e interdependencia
funcional, como el
aislamiento y atomización de los productores. En tercer
lugar, ninguno de los
dos hace un análisis especulativo; por el contrario, las
argumentaciones se
apoyan en una multiplicidad de fuentes; sin duda, la información
empírica
que manejan haría ruborizar a más de un sociólogo
contemporáneo. Final-
mente, ambos critican al utilitarismo en sus distintas versiones,
especial-
mente en cuanto a la idea de que la armonía social puede
lograrse a partir del
desarrollo de los intereses individuales, supuesto que en la economía
políti-
ca clásica se expresa en el libre juego de la oferta y
la demanda.
Pero, más allá de las preocupaciones comunes, Marx
y Durkheim difie-
ren sustantivamente. Mientras Marx considera que, puesto que la
división
del trabajo está configurada para la explotación
de una clase sobre otra, su
superación no puede derivarse sino de la lucha de clases.
La producción
capitalista, destinada a aumentar incesantemente el beneficio,
implica para
el obrero el extrañamiento y enajenación con respecto
a su propio trabajo.
Así la alienación no es un mero estado psicológico,
sino que es inherente al
proceso de trabajo.
Por el contrario, para Durkheim la división del trabajo
es un producto
inevitable de la complejización social, que se da no sólo
en la esfera del
trabajo, sino también en otros órdenes sociales
como la ciencia, el arte o el
gobierno. Esta complejización no genera necesariamente
conflictos
que se trate de una división del trabajo forzada, porque,
en última instancia,
la división del trabajo es en sí misma una fuente
de solidaridad basada en la
interdependencia y en la aceptación de normas morales consensuadas.
Cuando
se trastoca el equilibrio, se producen situaciones patológicas
como el enfren-
tamiento de clases, pero éste tiene un carácter
necesariamente coyuntural.
Por ello la anomia es un estado patológico transitorio
que no pone en cues-
tión el orden social.
La división social del trabajo en la perspectiva de Marx
El análisis más acabado de
la evolución histórica de la división del
tra-
bajo capitalista la realiza Marx en la sección cuarta de
El Capital, su obra de
madurez. Para ese entonces las categorías conceptuales
que utiliza habían
variado sustantivamente desde sus escritos juveniles. Mucho se
ha discutido
acerca de la continuidad en el pensamiento de Marx. Mientras algunos
auto-
res (Althusser, entre otros) señalan una ruptura epistemológica
entre las obras
consideradas precientíficas y científicas, otros
prefieren ver una constante
coherencia filosófico-política a lo largo de toda
su vida intelectual.
Lo cierto es que a partir de los Elementos fundamentales para
la crítica
de la Economía Política (Grundrisse), 1857-1858,
cambia el eje teórico de
la explicación marxista, desplazándose del análisis
de la competencia y el in-
tercambio en el mercado al análisis de la producción.
No es fortuito que en
los años previos a la publicación de las Grundrisse,
Marx descubra las pro-
fundas implicaciones de la teoría del excedente económico
de Ricardo, a
quien, pese a sus diferencias, lo considera como «el economista
par exce-
llence de la producción».
Con este desplazamiento, la crítica a la división
del trabajo capitalista
no tendrá ya las connotaciones morales que se derivan de
su manifiesta in-
justicia, sino que penetrará en la esencia de la acumulación.
No es en el
mercado, la circulación, donde se gesta el poder del capital,
porque la explo-
tación no consiste en la desproporción entre el
ingreso de la clase obrera y el
ingreso de la clase capitalista, ya que estas variables sólo
miden la diferencia
entre salarios y ganancias y, como sabemos, las ganancias son
sólo un frag-
mento del plusvalor en general.
La esencia de la acumulación la buscará entonces
en las relaciones so-
ciales que se establecen en la producción. Para ello será
necesario un cambio
conceptual significativo: a partir de 1850, Marx ya no hablará
de un inter-
cambio entre salario y trabajo, sino de un intercambio desigual
entre salario
y fuerza de trabajo. Así, el obrero no sólo produce
para mantenerse y repro-
ducirse, sino que también produce un plusproducto que no
le es retribuido,
ya que el capitalista compró su capacidad de trabajo y
no su trabajo a secas.
Considerando la jornada laboral, Marx caracteriza
estos dos momentos como
trabajo necesario y trabajo excedente y la cuota de plusvalor
dependerá de la
relación entre ambos.
Históricamente, la primera forma de crecimiento del plusvalor
consistió
en la prolongación de la jornada de trabajo (plusvalor
absoluto). Pero esta
forma tiene sus,límites físicos y culturales. También
es posible aumentar el
plusvalor mediante la intensificación del trabajo, pero
ello depende del gra-
do de resistencia de los obreros. Se plantea entonces otra posibilidad,
que
consiste en la disminución del tiempo de trabajo necesario,
independiente-
mente de los límites de la jornada laboral. Este aumento
del plusvalor es
relativo a un mayor rendimiento del trabajo como consecuencia
del creci-
miento de la capacidad productiva, sea a través de los
cambios en los méto-
dos, en los instrumentos de trabajo o en ambos a la vez.
La extracción de plusvalor relativo caracteriza a la producción
capitalis-
ta plenamente desarrollada en la industria. Pero, para llegar
a esta forma de
producción, ha sido necesaria una larga y penosa evolución
de la división
del trabajo, que Marx analiza minuciosamente a través de
las etapas previas
de la cooperación y la manufactura, existentes en el momento
de la transi-
ción del feudalismo al capitalismo.
La división basada en la cooperación simple, típica
de la pequeña pro-
ducción mercantil, consiste en la reunión de artesanos,
los cuales, al estar
desposeídos de sus medios de producción, se ven
obligados a trabajar bajo la
autoridad del poseedor del capital, quien concentra en sus manos
la concep-
ción y decisión de producir valores de uso. Se trata
de una coordinación
basada en el oficio, pero que reproduce de forma alterada la organización
jerárquica del artesanado. En tanto el trabajador va perdiendo
paulatinamen-
te el control sobre el proceso productivo, se va gestando de forma
embriona-
ria el «trabajador colectivo», donde se diluyen los
trabajos concretos para constituir el trabajo abstracto, medida
en la que se subsumen todos los traba-
jos individuales.
En la manufactura la cooperación alcanza un nivel superior,
ya que las
diferentes actividades que componían el oficio ahora se
reorganizan en tomo
a una división del trabajo que supone la parcelación
de tareas y, en la medida
en que, estas actividades pasan a ser interdependientes, se refuerza
la consti-
tución del trabajador colectivo. En la reconversión
del artesano en obrero la
fuerza de trabajo pierde paulatinamente su valor, porque, al descualificarse
las habilidades que componían el virtuosismo artesano,
el control técnico
pasa a estar bajo el comandodel capital.
La expansión de la manufáctura tuvo un límite
histórico, no sólo por la
estrechez de su base productiva, sino también por las características
de la
fuerza laboral, todavía organizada en torno al oficio.
El crecimiento del ca-
pital requería, pues, revolucionarizar los mediosde producción
mediante la
sustitución de la herramienta por la máquina con
impulsión mecánica cuya
ocupación se autonomizaba de la destreza particular del
obrero.
Finalmente, en cuanto al trabajo alienado,
interesa destacar que se trata
de un tema sujeto a mucha controversia que, en parte, deriva de
la modifica-
ción del concepto a lo largo de la obra de Marx y, en parte
también, del
contexto sociológico en que se aplicó posteriormente.
Marx presenta a la alienación como un impedimento a la
libertad y universa-
lidad que supone privativas de la esencia del hombre. El trabajo,
lejos de
permitir esta autorrealización, mutila todas las facultades
humanas y no per-
mite su satisfacción, y ello vale, tanto para el obrero
como para el que com-
pra su fuerza de trabajo, es decir, afecta a todas las capas sociales.
En El Capital, el concepto de alienación se aplica solamente
a la condi-
ción del obrero y ya no se trata de una reflexión
sobre la esencia del hombre
en general, sino de la cosificación y ocultamiento de las
relaciones sociales.
Puesto que los productores no entran en contacto social hasta
que intercam-
bian sus productos, sólo resultan visibles las relaciones
en el mercado y no
son conscientes de las que se establecen en la producción.
Como consecuen-
cia, Marx señala que... «Las relaciones sociales
se les ponen de manifiesto
no como relaciones directamente trabadas entre las personas mismas
en sus
trabajos, sino, por el , contrario, como relaciones propias de
cosas entre las
personas y relaciones sociales entre las cosas»'. En El
Capital, también se
puede apreciar un cambio terminológico: no aparece ya el
simple vocablo de
«alienación», sino expresiones como «voluntad
extraña», «fuerza extraña»,
etcétera, que dan idea de la pérdida de control
por parte del obrero sobre el
producto y el proceso de trabajo.
La división social del trabajo en la perspectiva de Durkheim
Si tuviéramos que sintetizar el núcleo
medular de La división del trabajo social, puede afirmarse
que lo que Durkheim plantea implícitamente es una defensa
de la modernidad. Contra las tesis conservadoras que veían
en la especialización y el individualismo la fuente de
la desintegración social,
él se propone estudiar el funcionamiento de la vida moral
a través de los
cambios en la conciencia colectiva, definida como «el conjunto
de las creen-
cias y de los sentimientos comunes al término medio de
los miembros de
una misma sociedad, que constituye un sistema determinado que
tiene su
vida propia. Se trata de un sistema que produce solidaridad, que
crea nexos
que van más allá de las generaciones y ocupaciones.
Pero, ¿cómo estudiar
esta solidaridad sin caer en la especulación, sin un a
priori ético?
El problema no es sencillo, puesto que Durkheim
se exige estudiarlo
con todos los requisitos del método positivo. Obviamente,
necesita referen-
tes empíricos, pero no es fácil hallar los indicadores,
puesto que se trata de
un fenómeno moral y, por tanto, no es mensurable. Su decisión
consistirá en
estudiar los cambios en la solidaridad a través de los
códigos legales, ya que
toda sociedad estable codifica en leyes sus normas legales.
Un precepto legal es una regla de conducta que está sancionada.
Ahora
bien, históricamente pueden analizarse dos tipos de sanciones:
a) represivas,
propias del derecho penal, y b) restitutivas, que implican el
restablecimiento
de las relaciones legales previas a la violación de la
ley y que son típicas del
derecho civil, comercial, constitucional. Mientras las primeras
presuponen
la existencia de una conciencia colectiva fuertemente definida,
donde el cas-
tigo es esencialmente una respuesta emotiva y cumple la función
de reafir-
mar las creencias y sentimientos compartidos frente a las transgresiones
a
los mismos, en el segundo tipo de sanciones la expiación
a través del castigo
está ausente, no se trata necesariamente del sufrimiento
del agente, sino de
una estructura jurídica que «trata de poner las cosas
en su sitio».
La sanciones represivas son propias de sociedades cuyos lazos
de cohe-
sión se basan en la solidaridad mecánica o por semejanzas.
Tienen una es-
tructura segmentaria y agregada, propia de los clanes y tribus,
donde la pro-
piedad es comunal y existe una escasa individualización,
o, dicho en otros
términos, una fuerte conciencia colectiva que impone a
todos una forma idéntica
de pensar y actuar.
Con el desarrollo histórico se da un progresivo desplazamiento
de la ley
represiva por la restitutiva. Se trata de una cohesión
social basada en la soli-
daridad orgánica, producto de la interdependencia funcional
en la división
del trabajo, que ya no supone identidad sino diferenciación
entre los distin-
tos segmentos que componen el organismo social. Inevitablemente,
se pro-
duce una pérdida de la omnipresencia de la conciencia colectiva,
que pasa a
ser un conjunto indeterminado de sentimientos y pensamientos.
Pero en esa
indeterminación reside precisamente el peligro de la disgregación,
y no pa-
rece fácil hallar los sujetos sociales que puedan organizar
los nexos vincu-
lantes entre el individuo y el todo social.
En la primera edición de La división del trabajo
social no se aborda
directamente esta cuestión, lo cual obliga a Durkheim a
tratar, el problema
extensamente en el Prefacio de la segunda edición. Allí
deja claro que ese
papel vinculante en la sociedad moderna sólo se puede dar
si las asociacio-
nes ocupacionales se desarrollan suficientemente. Por constituir
cuerpos in-
termedios entre el individuo y el Estado, son las únicas
que pueden estable-
cer una regulación moral en el caos de la actividad económica.
En realidad,
cuando Durkheim adjudica a estas asociaciones ese protagonismo
para gene-
rar solidaridad, lo que tiene in mente son las corporaciones profesionales,
que tienen capacidad institucional de administrar la práctica
de sus miem-
bros sobre la base de códigos de conducta y establecer
responsabilidades
ante la comunidad, prácticas que no se dan en la industria
ni en el comercio
donde cada uno defiende sus intereses individuales. No es casualidad
que las
formulaciones de Durkheim hayan inspirado las perspectivas funcionalistas
de las profesiones.
Retornando a nuestro tema,central, Durkheim señala que
la especializa-
ción,dentro de la división del, trabajo en las sociedades
modernas favorece el
culto del individuo. Pero este culto no puede compensar la pérdida
que suponía
la identificación con los valores colectivos en las sociedades
preindustriales;
de allí la inseguridad y las tensiones del mundo contemporáneo.
Si estas
tensiones no derivan del desarrollo normal de la división
del trabajo, puesto
que según Durkheim ésta es en sí misma una
fuente de cohesión y civiliza-
ción, será necesario detectar cuándo y por
qué la división del trabajo asume
formas anormales o patológicas que sí conspiran
contra la integración y la
solidaridad social.
Normalmente, la diferenciación que
exige la creciente complejidad del
trabajo no tiene por qué suponer una fuente de disgregación.
Si bien existen
tendencias divergentes, también es cierto que la propia
división del trabajo
genera un nuevo tipo de cohesión, donde las tareas se articulan
a través de
delicadas redes de cooperación. Pero la interdependencia
funcional no basta
y, contra las visiones limitadas de los economistas, Durkheim
advierte que la
división del trabajo no generará por sí sola
la solidaridad orgánica; es nece-
sario que se produzca al mismo tiempo un derecho y una moral que
apunten,
bajo formas secularizadas, a una mayor justicia social. La justicia
social
exige que se regule el antagonismo entre el capital y el trabajo
para evitar las
revueltas que se dan frecuentemente en la industria, que la distribución
de
los individuos entre las diferentes ocupaciones se haga atendiendo
al único
mérito de los talentos individuales y no por coacciones
exteriores y, final-
mente, que la actividad económica esté planificada
para evitar el desperdi-
cio, el desorden y la incoherencia, que, en última instancia,
conspiran contra
la solidaridad.
Si el esquema anterior resume muy sintéticamente el modelo
normal de
la división del trabajo, las formas desviadas representan
el desarrollo de una
u otra patología que Durkheim analiza en los casos de:
a) La división del trabajo anónimo.
b) La división coactiva del trabajo.
e) Otra forma anormal que se expresa en la insuficiencia, discontinui-
dad y falta de coordinación en la actividad.
Desde una perspectiva actual la caracterización
que hace Durkheim
resulta problemática, ya que las situaciones que él
identificaba como patoló-
gicas no parecen ser precisamente excepcionales. Pero, dentro
de su concepción
organicista del cambio social, no cabía que «la cuestión
social», para usar su
terminología, representara un conflicto permanente. Reconocerlo
hubiera
significado sustituir la armonía de la evolución
por el desorden de la lucha
de clases. En última instancia, las clases sociales son
para él un residuo
histórico destinado a desaparecer, porque el pleno desarrollo
de la división
del trabajo exigirá una adscripción ocupacional
basada en el mérito y no en
los privilegios de la herencia.
¿Cabe pensar entonces que Durkheim es el sociólogo
del orden? Si ésa
fue la imagen más frecuentemente difundida a través
de la apropiación conser-
vadora de su teoría que realizó Parsons, es preciso
señalar que a Durkheim
no le interesaba el orden social en sí mismo, sino resolver
el problema histó-
rico de cómo generar un sentido de pertenencia y dar un
propósito a la vida
social en la sociedad industrial moderna.