SOCIOLOGÍA INDUSTRIAL Y DE LA
EMPRESA. TEMA 2 - a
Industrialización y Revolución Industrial.
Sinopsis comentada de Sociología industrial. de Rafael López Pintor.
La intención de este capítulo
es dar cuen ta de las principales contribuciones de pensamiento
sociológico en la explicación del proceso de desarrollo
industrial, y sus efectos sobre la estructura social, en tres
contextos diferentes: las sociedades que se industrializaron primero
y que, generalmente, se identifican con el calificativo de «industriales»;
las sociedades que fueron objeto de colonización por las
potencias europeas y que hoy constituyen el llamado «Tercer
Mundo» (los países subdesarrollados, pobres o atrasados,
en vías de desarrollo o de industrialización, según
la preferencia valorativa de los autores); la llamada sociedad
«postindustrial» (las sociedades de mayor nivel de
industrialización), que, a juicio de algunos autores, podrían
ser indicativas del camino a recorrer por las demás sociedades
industrializadas.
El proceso de industrialización y el desarrollo industrial
constituyen un objeto central de la preocupación de la
Sociología decímonónica y, en todo caso,
uno de los factores básicos del cambio social, que permite
un desarrollo de determinadas disciplinas científicas,
las Ciencias Sociales entre ellas. Pero no se trata en este capítulo
de insistir en aquellos fenómenos, sino de hacer explícitos
los principales intentos teóricos de explicación
de la relación entre industrialización (en sus diversos
niveles) y cambio social.
Es una tesis comúnmente aceptada por los autores, que la
presencia de la industria en una sociedad viene a alterar sus
estructuras en dimensiones e intensidad variables, pero conformando
ciertas pautas que son recurrentes en todas las sociedades. Según
Florence, el desarrollo industrial genera las siguientes tendencias
de indiscutible relevancia sociológica: creciente importancia
de las actividades secundarias y terciarias; aplicación
de la ciencia en la industria, la minería, la agricultura
y el transporte; incremento de la proporción de directivos,
organizadores, investigadores, técnicos y administrativos
en la población activa; urbanización o concentración
de la población en las ciudades a un ritmo superior al
del crecimiento de la población en general; ampliación
de las dimensiones de las empresas; aparición de una jerarquía
de altos directivos que no son necesariamente los propietarios
del capital; niveles de vida más altos para la población
en general.
A estas tendencias pueden agregarse las que, con nítido
carácter social, identifica Dahrendorf: transformación
de sociedades de clases o castas cerradas en sociedades abiertas
de clases; ruptura de las jerarquías tradicionales de condición
e igualación de todos los trabajadores asalariados; situaciones
de inadaptación y alienación para el trabajador,
inicialmente extraño a la industria; provocación
de situaciones de miseria social y oposición creciente
entre las clases.
De lo que se trata en este capítulo es de recoger los principales
esfuerzos teóricos para explicar cómo el proceso
de industrialización, en sus diversas fases y transformaciones,
genera, expande o modifica estos y otros cambios en la estructura
social.
1. La industríalización original y la Revolución Industrial
Llamamos industrialización original
al proceso de desarrollo industrial que tiene lugar en los países
noroccidentales, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII,
más concretamente en Inglaterra, y respecto del cual la
industrialización de las demás sociedades -tanto
en el siglo XIX como en el XX- de alguna forma puede considerarse
derivada (en el caso mínimo, por la recepción de
la tecnología industrial inicial; en el caso máximo,
por la dependencia tecnológica total y la subordinación
en las decisiones de inversión de capital.
Por razones heurísticas, Dahrendorf piensa que es conveniente
distinguir, en el proceso de industrialización, varias
etapas y , sobre todo, entre la fase de la Revolución Industrial
y la de la industrialización y la industria mecanizada.
Mientras que la primera es un fenómeno exclusivamente inglés,
que se considera liquidado hacia 1790, la segunda es una fase
mucho más larga y en la que se inicia la industrialización
de otras sociedades (Francia en la primera mitad del siglo XIX,
Alemania y Norteamérica en la segunda, Rusia a finales
de siglo, etc.).
Siguiendo a Toynbee los cambios del sistema agrícola que
mayor impacto tuvieron sobre el desarrollo de la industria fueron:
la destrucción del sistema medieval de cultivo de la tierra
(«common-field system»), el vallado de las tierras
comunales y sin cultivar para su explotación individual
y la concentración de las pequeñas explotaciones
formando otras mayores). Estos cambios ya tienen lugar a principios
de siglo, y aún ántes, pues en gran medida se deben
a las exigencias de un comercio en expansión y al empuje
de una clase comerciante que empieza a sustituir a la vieja aristocracia
en el dominio de la tierra. En el período que Sombart califica
de «capitalismo primitivo» (fines del siglo XVI al
XVIII) tiene lugar una prefórmación de características
esenciales del orden social industrial que cristaliza posteriormente.
Los principales rasgos de la revolución industrial los
reduce Toynbee a cinco categorías:
Primero, el constante y rápido incremento de la población,
a partir de la década de 1750, alcanzando su cota máxima
en la segunda década del siglo XIX. De no haber sido por
la emigración (ocho millones de emigrantes en sesenta años)
las tasas de crecimiento poblacional a lo largo del siglo hubieran
sido cada vez más altas.
Segundo, la disminución de la población agrícola
como consecuencia de los fenómenos de transformación
de la agricultura a que ya me he referido. Población que
no es totalmente transferible al nuevo sector industrial y que,
en gran medida, pasa a engrosar las filas de pobres y emigrantes.
Tercero, la sustitución del sistema doméstico de
producción por la fábrica (que absorbe un mayor
número de operarios) y, lo que constituye una cuarta característica
de la revolución, la expansión del sistema fabril,
no sólo por la introducción de las máquinas
sino también por la expánsión del comercio
como consecuencia del desarrollo de las comunicaciones.
Finalmente, las condiciones que alteraron el sistema de producción
de la riqueza propiciaron igualmente una revolución en
la distribución de la misma. La enorme subida de las rentas
de la tierra y también de las ganancias de los agricultores
«representó una gran revolución, un cambio
en la balanza del poder político y en la posición
relativa de las clases». Los agricultores («farmers»)
pasan a constituir una nueva clase desde principios del siglo
XIX en que dejan de trabajar y vivir con sus trabajadores y adoptan
nuevas pautas de consumo. Y parecido fenómeno tiene lugar
en la industria: «la nueva clase de los grandes empleadores
capitalistas hizo enormes fortunas; no participaban personalmente
o lo hacían en escasa medida en el trabajo de sus fábricas,
ni conocían personalmente a sus centenares de trabajadores».
Los viejos lazos personales son sustituidos por el vínculo
del salario («cash nexus»). Toynbee señala
que, por su parte, «los trabajadores recurren a la acción
colectiva y los sindicatos comienzan una batalla que parecía
librarse entre enemigos mortales más que entre productores
que trabajan juntos. Fue esta una época en que los capitalistas
oprimieron a los trabajadores cuanto podían, reduciendo
los salarios a niveles de hambre. Si a esto se unen las subidas
de los precios y la emigración rural, sin posibilidades
de plena absorción en la industria, podemos explicarnos
la extensión de la pobreza en la Inglaterra de principios
del siglo XIX.
A partir de 1846, señala Toynbee, mejoran sensiblemente
las condiciones de vida del obrero y, más aún, mejora
su condición moral (tanto su apariencia externa como su
comportamiento, que se hace más ordenado y mesurado). Mejoran
también las relaciones entre obreros y capitalistas, en
gran medida por la acció de los sindicatos, que contribuyen
a la armonía entre las dos clases.
Entre las conclusiones de mayor interés sociológico
de Toynbee dos son las destacables: Por una parte, y refiriéndose
a la primera época de la Revolución Industrial,
concluye que «los efectos de la Revolución Industrial
demuestran que la libre competencia puede generar riqueza sin
producir bienestar. Todos conocemos los horrores que produjo en
Inglaterra hasta que se le puso freno a través de la legislación
y la acción colectiva». Por otra, al evaluar el bienestar
y la armonía de clases de la Inglaterra de la segunda mitad
del siglo XIX, y tras constatar que patronos y obreros forman
parte de los mismos comités políticos o escolares,
y que ambas clases están aprendiendo a respetarse mutuamente,
Toynbee se pregunta si «esta independencia política
del trabajador puede combinarse con una independencia y seguridad
materiales. Porque, hasta que esto no ocurra, el trabajador estará
a merced de su empleador, quien puede estultificar el poder político
del obrero inutilizando su voto.
Son estos temas de la estructura y evolución de una sociedad
cuya economía se basa en la libre competencia, y de la
relación entre los fenómenos económicos y
los fenómenos políticos, a los que prestaron mayor
atención autores que, como Marx y Weber, desarrollan un
esquema teórico explicativo de la dinámica social
de las fuerzas más características del nuevo tipo
de sociedad, que ha cristalizado plenamente hacia la segunda mitad
del siglo XIX.
2. El análisis de la industrialización en los autores clásicos
La Sociología del siglo XIX es,
en gran medida, una Sociología Industrial. El que hacer
sociológico se hace posible, tan sólo, a partir
de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando lo social aparece
frente al observador como una realidad autónoma ("la
sociedad" se hace perceptible como una realidad acotable
frente al «Estado Absoluto»). Es la experiencia de
las revoluciones, lo que pone en marcha el saber sociológico,
en el sentido de una mentalidad que puede denominarse «ciencia
positiva». Más específicamente, en relación
con el siglo XIX, Aron dice que "el hecho que impresionó
a todos los observadores de principios del XIX fue la industria".
Porque es la industria el fenómeno central típico
de aquella sociedad y "en el interés por la sociología
siempre se expresa el interés por la sociedad en que se
vive"
El pensamiento clásico gira, pues, en torno a los temas
del industrialismo, a los fenómenos nuevos que aparecen
con la revolución industrial y que básicamente son
los siguientes: las condiciones de la clase trabajadora (degradación
del trabajo y su separación del ámbito del gremio
y de la familia), las transformaciones de la propiedad, la ciudad
industrial, la tecnología, el sistema fabril y la sociedad
de clases como reflejo del sistema fabril.
La relevancia que en la teoría sociológica clásica
tienen los temas de la industria queda de manifiesto cuando se
avanza a lo largo de un hilo conductor que empieza en Saint-Simon
y termina en Weber, pasando por Comte, Marx, Durkheim y Veblen
entre los principales teóricos del siglo.
Saint-Simon fue maestro de Comte y en él se encuentran,
en embrión, algunos de los planteamientos positivistas
que el discípulo habría de desarrollar más
tarde. Popularizó el término "Industrialismo"
desde la revista que dirigiera a partir de 1816. Desarrolla su
visión de la nueva sociedad industrial en contraposición
con la sociedad feudal y militar que la precediera. En la sociedad
militar, dominada por clérigos, guerreros y señores
feudales, distingue Saint-Simon tres clases: la de los científicos,
artistas y hombres de ideas liberales, la de los propietarios
y la de los que nada tienen. Cuando empieza a desintegrarse la
vieja sociedad y aparece el conflicto entre las dos últimas
clases, los propietarios carecen de la capacidad para controlar
las demandas de igualdad de los no propietarios; y los intelectuales
dada su superioridad cultural sobre la vieja élite toman
las riendas del control social. Las doctrinas científicas
vienen a ocupar, en la sociedad postrevolucionaria, el puesto
de la religión y de la iglesia. Los clérigos son
reemplazados por los científicos y los señores feudales
por los industriales, dentro de un proceso que se inicia con la
alianza entre propietarios y científicos para controlar
las demandas de los no propietarios y concluye en un tipo de sociedad
donde la nueva religión de la ciencia sirve de vínculo
armonizador de estos grupos. Propietarios, científicos
y trabajadores constituyen la clase de los «productores»
frente a la que sólo cabe oponer la clase de los «ociosos»
Saint-Simon desarrolla la idea de un parlamento industrial o entidad
planificadora de aquella sociedad orgánica, que estaría
integrado por tres cámaras: la de la invención (integrada
por científicos e ingenieros), la de examen (supervisores
de proyectos y personas en control de la educación) y la
de ejecución (industriales que llevan a cabo los planes).
Saint-Simon no es ajeno a las diferencias reales entre los estratos
dominantes y los trabajadores. Cree que es preciso mejorar las
condiciones de estos últimos y exalta el amor al prójimo
como lazo fundamental de unión entre todos los grupos de
la sociedad.
Es interesante destacar que la división saintsimoniana
entre sociedades militares e industriales, que recogerá
Comte, no es sinónimo de la distinción de Spencer
entre sociedad industrial-sociedad'militar, a la que se hará
referencia a continuación. Y también que la exaltación
del empresario industrial, como agente central del cambio hacia
la nueva sociedad, ya está presente de alguna forma en
la obra de Adam Smith. Será un tema persistente en la literatura
sociológica, con diferentes matices: Marx concede un papel
central al empresario capitalista en el desmoronamiento de la
sociedad feudal y la cristalización de la sociedad capitalista;
Burckhard, el historiador alemán, tocará el tema
del control de los ingenieros; Weber analizará la génesis
y efectos del espíritu empresarial del capitalismo; Veblen
pondrá en cuestión la hipótesis de la importancia
de los empresarios en su obra The Leisure Class y analizará
el rol de los ingenieros en The Engineers and the Price System,
Sombart y Schumpeter analizan el espíritu y papel del empresario
en la fase de desarrollo del capitalismo; y los teóricos
del desarrollo más modernos seguirán investigando
sobre el tema, ya sea en el sentido de las teorías de la
relevancia del «espíritu del capitalismo» (Hagen,
McCIelland), ya en el de las limitaciones estructurales a la capacidad
de iniciativa y acción de los empresarios (Cardoso).
Spencer y Comte
Spencer es un evolucionista no unilineal
para quien las ideas de una sociedad sólo pueden explicarse
en términos de la estructura social de la que son función.
La evolución de dicha estructura es comparable a la evolución
que tiene lugar en el mundo orgánico y que se presenta,
básicamente, en los siguientes términos: aumento
del volumen de las estructuras, incremento paralelo del grado
de diferenciación o complejidad estructurales e integración
sucesiva de las estructuras diferenciadas.
La división del trabajo aparece integrándose en
el todo, pues a mayor diferenciación se origina una mayor
interdependencia. Spencer establece dos tipologías de las
sociedades: una, por el grado de complejidad estructural (sociedades
simples, compuestas, doblemente compuestas y triplemente compuestas)
y otra, más relevante para nuestros propósitos,
según el tipo de regulación interna (sociedades
militares e industriales). La sociedad militar se caracteriza
por una forma de regulación basada en el control compulsivo
y coercitivo y la sociedad industrial por la cooperación
voluntaria y el autocontrol de los individuos.
Pero estos dos tipos de sociedad pueden darse cualquiera que
sea el nivel de complejidad de la estructura social: una sociedad
puede ser al mismo tiempo industrial y poco diferenciada estructuralmente.
Así pues, aunque el elemento de cooperación constituye
un factor clave en la conceptualización de Saint-Simon
o Comte, tanto a nivel social global como de la empresa industrial,
de ninguna manera la sociedad industrial spenceriana se corresponde
con la de estos últimos autores.
Auguste Comte desarrolla y amplía los postulados de Saint-Simon,
de quien fue colaborador de 1817 a 1824, aunque no siempre está
claro en qué medida discípulo y maestro se influyeron
mutuamente. El tema recurrente en los escritos de Comte es el
de las etapas de la evolución social, el papel de la ciencia
en la etapa positiva y la importancia del nuevo credo científico
para el mantenimiento de la cohesión social en la sociedad
industrial.
Ya en su temprana obra Opuscules Comte habla de una sociedad teológica
y militar que muere y otra científica e índustrial
que nace; de cómo la reforma intelectual es la base de
la reforma social, siendo preciso estructurar un sistema de ideas
científicas para el gobierno de la nueva sociedad.
En el estadio teológico de la evolución social la
sociedad está dominada por sacerdotes y militares; en el
metafísico, por clérigos y juristas, y en el positivo,
por administradores de la industria, que se guían por principios
científicos.
La división del trabajo es un factor decisivo en la evolución
social, ya que, Junto con la religión y el lenguaje, determina
la solidaridad social, creando en los individuos sentimientos
de dependencia recíproca. Consideró Comte, sin embargo,
algunos aspectos negativos de la moderna división del trabajo
industrial que, favoreciendo la integración del individuo
en el todo social, atenta no obstante contra «el espíritu
general o agregado», pues el individuo está en estrecha
dependencia del todo social, aunque, simultáneamente, el
énfasis en su actividad especializada le lleva a mirar
sus intereses privados, que cree poco relacionados con el interés
público o general.
Estas tendencias desintegradoras deben ser contrarrestadas por
la acción del poder temporal y espiritual, responsable
de que el todo social se mantenga unido. Pues no ve Comte un antagonismo
de intereses entre empresarios y proletarios, sino una comunidad
de intereses en torno a a la producción. Y, más
aún, cree que la propiedad privada es necesaria, pero que
los industriales, banqueros y patricios han de ser conscientes
de su deber social.
Esta cooperación entre dirigentes y dirigidos en el ámbito
de la empresa industrial la señala Comte como una necesidad
típica de la moderna sociedad en los siguientes términos:
«Así como no puede existir un ejército sin
oficiales, tampoco puede haberlo sin soldados. Esta noción
elemental es tan pertinente respecto del orden industrial como
del militar. Aunque todavía no ha sido posible la sistematización
de la moderna industria, la división espontánea
que se ha ido desarrollando gradualmente entre empresarios y trabajadores
constituye ciertamente el germen necesario de su eventual organización.
No sería posible ninguna operación de gran escala
si cada uno de los participantes tuviera también que ser
un administrador o si la dirección estuviera confiada vagamente
a una comunidad inerte e irresponsable». Pero esta semejanza
en la estructura jerárquica de la industria y el ejército
no debe llevar a pensar que la cooperación se presenta
en idénticos términos para ambas estructuras. Dice
literalmente Comte: En relación con los trabajadores hay
que observar «la diferencia fundamental y favorable que
existe entre su actual coordinación con los líderes
industriales y su anterior sometimiento a los líderes militares.
En esta diferencia radica uno de los contrastes más importantes
y afortunados entre el viejo y el nuevo sistema. Bajo el viejo
sistema la gente estaba en situación de regimentación
respecto de sus líderes; bajo el nuevo, están unidos
a ellos. Los jefes militares ejercían un poder de mando
mientras que los jefes industriales del presente sólo proveen
de liderazgo. En el primer caso, las gentes eran súbditos;
en el segundo, miembros. Tal es, en efecto, la característica
notable de los complejos industriales: que quienes están
involucrados en los mismos son todos, en realidad, colaboradores,
todos son asociados, desde el trabajador común no cualificado
hasta el trabajador más rico y el ingeniero más
ilustrado».
Durkheim
Esta temática de la división
del trabajo industrial, la interdependencia funcional y la cooperación
y solidaridad sociales es especialmente central en la primera
obra sociológica de Emile Durkheim, De la Division du Travail
Social. La tesis básica de este trabajo es que las formas
de división del trabajo determinan el tipo de solidaridad
de una sociedad dada y que fundamentalmente se refleja en el tipo
de sistema jurídico predominante y propio de cada sociedad.
Distingue Durkheim entre una sociedad arcaica, donde la división
del trabajo favorece la existencia de una conciencia colectiva
muy fuerte y una sociedad moderna. A esta conciencia la denomina
Durkheim "solidaridad mecánica" o basada en la
semejanza. Esta solidaridad mecánica se extiende casi por
completo sobre la mentalidad y moral individuales; de aquí
las reacciones drásticas contra las violaciones de las
instituciones del grupo y, por tanto, la importancia de las leyes
penales y represivas en tal tipo de sistemas. Por el contrario,
la extensión de la división del trabajo en la moderna
sociedad hace aparecer una forma distinta de solidaridad, la solidaridad
orgánica, basada más en las diferencias que en las
semejanzas y que implica una mayor interdependencia social a medida
que aumentan las diferencias entre los hombres y disminuye la
importancia de la conciencia colectiva. De aquí la importancia
que en este nuevo tipo de sociedad tiene el desplazamiento del
Derecho Penal por el Derecho Civil y Administrativo, que más
que el castigo, exigen la restitución de la justicia (por
supuesto, los contratos no significan la eliminación total
de la coacción ya que contienen elementos predeterminados,
que no son negociables por las partes, sino impuestos por la ley).
Las causas de la creciente división del trabajo -y este
es un aspecto de la obra de Durkheim que tiene escasa relevancia
actual- hay que buscarlas en la densidad creciente de la población
y en una condensación progresiva de las sociedades: concentración
e la población, formación de ciudades, extensión
de las comunicaciones, etc.
De importancia también para la Sociología Industrial
es, en la obra de Durkheim, el tema de la anomía, que el
autor trata en relación con el suicidio. La anomía
no es un estado de la mente sino una propiedad de la estructura
social: se trata del vacío normativo particularmente agudo
en épocas de crisis y cambio social rápido, o falta
de normas que mina la cohesión social del grupo. Piensa
el autor francés que en la esfera comercial e industrial
en una época de cambios económicos y rápida
movilidad social es donde más se produce un vacío
normativo porque escapa, en gran medida, a los intentos de regulación
y control y, por otra parte, las pasiones y el deseo de poseer
son particularmente intensos. Los grupos sociales afectados por
este tipo de actividad son especialmente poco cohesivos y, de
aquí, que en su seno (entre los profesionales de la industria
y el comercio) sea particularmente frecuente un tipo de suicidio,
«el suicidio anónimo», cuya causa fundamental
radica en la falta de integración en el grupo social.
Marx y Weber
Un giro en la problemática del industrialismo
se produce a partir de la obra de Marx y Weber, quienes contemplan
la sociedad moderna «qua» sociedad capitalista. Para
Marx se trata de un tipo de sociedad transitorio hacia el socialismo,
donde la lucha de clases se manifiesta en términos de oposición
burgueses-proletarios; para Weber, el capitalismo es una manifestación
más, aunque central, de un proceso más amplio de
racionalización en todos los órdenes de la vida.
De la obra adulta de Marx (el Manifiesto, la Contribución
a la Crítica de la Economia Política y El Capital)
puede extraerse el siguiente modelo explicativo del cambio social
y la dinámica de la sociedad capitalista: el sistema productivo
de una sociedad (las fuerzas de producción o tecnología
y las relaciones de producción o de clase que aquéllas
hacen cristalizar) constituye la infraestructura determinante
de las demás formas sociales superestructurales (el sistema
político, jurídico, cultural, etc.). El motor del
cambio y la evolución social lo constituyen los antagonismos
a nivel de relaciones de producción, que hacen eclosión
cuando las nuevas tecnologías ya no se corresponden con
la estructura social generada por formas menos avanzadas de desarrollo
tecnológico. En las entrañas de cada tipo de sociedad
o, más exactamente, de cada sistema productivo (antiguo,
feudal o capitalista) están en germen las fuerzas sociales
de cuyo antagonismo resultará un nuevo sistema. En el caso
del capitalismo, considera Marx que ya se está al final
de ese,tipo de sociedad y que la propia dinámica económica
del sistema -según la teoría marxista del valor,
del salario y de la plusvalía- llevará el enfrentamiento
de clases hasta un límite de inevitabilidad del tránsito
al socialismo o sociedad sin clases.
Desde la óptica de Weber, por el contrario, la sociedad
occidental que empieza a desarrollarse o estructurarse desde la
aparición del estado moderno, la Reforma y la Revolución
Industrial, no puede ser considerada como un hito de un continuum
evolutivo necesario universalmente, sino como un fenómeno
discreto que debe ser explicado en el contexto más amplio
de un fenómeno de racionalización de la vida: racionalidad
económica, política, administrativa y cultural como
fenómenos interdependientes y en relaciones de recíproca
causalidad; pero siempre una causalidad parcial y probable. En
este sentido, el capitalismo moderno (porque han existido y existen
otras formas de capitalismo como búsqueda del lucro) aparece
y se desarrolla como un fenómeno de racionalidad económica
(freno a la ambición desmedida y calculabilidad en las
operaciones económicas) que hace posible la extensión
de la economía monetaria y se ve favorecido por la acción
del poder político en el marco de un sistema de autoridad
legal racional así como impulsado por una ética
profesional y de los negocios que tiene raíces religiosas
en la mentalidad protestante. Tanto la administración de
los negocios como la de la cosa pública ha sido racionalizada
en términos de organización «burocrática»
y lo que el socialismo implica es una extensión de la burocracia
del estado al ámbito económico.