El Proceso de división del trabajo en la Industria. Políticas de Producción y producción de la Política.
(Sinópsis de: Sociología del Trabajo. J. Antonio Santos Ortega. ps. 80 - 87)
El análisis que Karl Marx realiza
a partir de los Grundisse y sobre
todo en El Capital está dirigido a desentrañar los
mecanismos de
funcionamiento de la economía capitalista y, por tanto,
los aspectos más
directamente ligados a la organización del proceso productivo
y a las
relaciones sociales que en este se establecen. No nos detendremos
demasiado en el estudio minucioso que lleva a cabo para situar
la
evolución histórica de la división del trabajo,
desde la cooperación simple
a la fábrica automática, mediante el cual se transfiere
progresivamente
a la herramienta las habilidades que antes estaban en manos del
trabajador.
La aportación de Marx en estos primeros
estadios del debate sobre la
tecnología es trascendental para entender las discusiones
posteriores.
Marx da un giro a los argumentos expuestos en el punto anterior
y
procede a una profundización sobre los efectos de las técnicas
aplicadas
al proceso de trabajo. Parte, como Smith, de la subdivisión
de tareas y
la introducción de maquinaria automática especializada,
pero se plan-
tea que una vez descompuesta una tarea es posible fabricar un
autómata
que realice un movimiento dado. En ese momento, y gracias a la
tecnología, se ponen en marcha una serie de efectos mediante
los cuales
se incrementa el control capitalista sobre la producción
y los trabajado-
res pasan a tener una participación cada vez más
superflua en el trabajo.
La célebre visión de Marx del trabajador como apéndice
de la máquina
se expresa en esta sugerente cita: «En la manufactura y
el artesanado
el trabajador se sirve de la herramienta; en la fábrica,
sirve a la
máquina. Allí parte de él el movimiento del
medio de trabajo; aquí, es él
quien tiene que seguir el movimiento de éste. En la manufactura
los
obreros son miembros de un mecanismo vivo. En la fábrica
existe un
mecanismo inanimado independiente de ellos, al que son incorporados
como apéndices vivientes». (Marx, 1979; El Capital,
Libro I, p. 279).
Junto a estas observaciones sobre la naturaleza
y los efectos de la
tecnología, Marx aporta algunos elementos acerca de cómo
se produce en
la práctica el control del proceso de trabajo por parte
del capitalista.
Partiendo de su teoría de la plusvalía y de la relación,
por tanto, entre
trabajo necesario y trabajo excedente, define el proceso de subsunción
o
subordinación del trabajo al capital, es decir, los modos
en que se ha
expresado el dominio capitalista sobre la fuerza de trabajo con
el objetivo
de incrementar la cuota de plusvalor. En un primer momento, se
produce la subsunción formal o forma simple de explotación
capitalista
del trabajo: la extracción de plusvalía absoluta.
El control del proceso de
trabajo no es total; el capitalista se apropia de la fuerza de
trabajo y del
producto final a cambio de aportar los medios de subsistencia
al
trabajador, pero este se encuentra aún en una relación
de exterioridad
respecto al proceso de producción, no está completamente
inscrito en él.
En este contexto, las modificaciones de mayor importancia que
el
capitalista incorpora respecto a las anteriores formas de producción
son:
- por un lado, que el proceso de trabajo,
aún permaneciendo
cualitativamente idéntico, está más fraccionado
y se hace más largo, y
por lo tanto genera un trabajo excedente mayor del que se hubiera
dado
en otra circunstancia;
- por otro lado, el productor directo es
paulatinamente separado de los
medios de producción enajenándosele el producto
que el mismo ha
producido;
- por último, el fundamento de la
subordinación deriva del «contenido
determinado» de la relación de intercambio entre
capital y trabajo, es
decir, del control exclusivo de las condicionesde trabajo por
parte del
capitalista».
Este último aspecto del control de
las condiciones de trabajo es el que
caracteriza mejor las formas que adopta la subsunción formal:
supervi-
sión y vigilancia de la intensidad del trabajo y, por otra
parte, prolonga-
ción de la jornada. Sin embargo, estas dos formas tienen
unos límites que
obstaculizan el proceso de valorización capitalista. La
supervisión es
cara ya que requiere un número elevado de vigilantes para
controlar a
los trabajadores y la prolongación de la jornada tiene
evidentes límites
materiales, no puede ser alargada sin tensiones insostenibles.
Estos
límites, unidos al relativo control técnico -destrezas
y conocimientos-
que el trabajador todavía conserva en estas primeras etapas
del capita-
lismo, presionan para que se operen cambios que liberen de las
trabas
comentadas a la producción de plusvalor.
El sentido de estos cambios se concreta
en una degradación del
trabajo y en el tránsito de la subsunción formal
a lo que Marx llamó la
subsunción real: «esta tiene lugar cuando el capitalista
en vez de
limitarse a aceptar los procesos de trabajo establecidos y tratar
simple-
mente de aumentar el plusvalor extraído mediante la prolongación
de la
jornada, reorganiza el proceso mismo de producción».
(Fernández
Enguita, 1992: p. 17). El capitalista revoluciona las condiciones
técnicas
y sociales del proceso de trabajo. Es en este proceso en el cual
Marx
subraya la importancia del elemento tecnológico: el instrumento
de
trabajo, al convertirse en máquina, impone a los modos
de realización
del trabajo una intensidad técnicamente determinada; los
márgenes de
autonomía de los trabajadores tienden a desaparecer y el
trabajo
excedente extraído adquiere la forma de plusvalía
relativa, que se
consigue, primeramente, a través de un incremento de la
intensidad de
la jornada de trabajo gobernada por el ritmo maquínico
y, segundo,
mediante la reducción del valor de los medios necesarios
para la
reproducción de la fuerza de trabajo.
El elemento clave es, como ya hemos visto,
el cambio tecnológico; este
acompaña, para Marx, a la emergencia de un modo de producción
específicamente capitalista, basado en la condensación
de un mayor
trabajo excedente por medio del desarrollo acelerado del sistema
funda-
do en la maquinaria. La forma fábrica, en la cual nos detendremos
a
continuación, constituirá el contexto privilegiado
en el cual se expresa-
rán las relaciones de explotación y dominación
que caracterizan a la
producción en el marco del capitalismo.
El sistema fábrica como forma
histórica predominante de
la división capitalista del trabajo
El peso de las opiniones de Marx, centrados
en señalar la importancia
de la fábrica como espacio en el cual se despliegan las
relaciones sociales
que estamos comentando, se deja notar en la innumerable producción
intelectual a que esta cuestión ha dado lugar. La historia
social y la
sociología del trabajo han reproducido prolijos y apasionados
debates
sobre el tema de la industrialización en Occidente, intentando
discernir
qué elementos han primado más en el apogeo y la
hegemonía de la forma
fábrica. El control y la disciplina de la mano de obra
(Marglin, 1977), la
eficiencia técnica y económica o el grado de evolución
de la misma y el
papel protagonista, activo en la introducción de la maquinaria
por parte
de los empresarios pioneros, son opciones que se han presentado
en una
discusión aún no completamente cerrada (Piore y
Sabel, 1990; Landes,
1987; Zeitlin, 1987).
Contando con estos puntos de vista, intentaremos
dar cuenta del
trasfondo en el cual emerge y se impone la fábrica. Esta
se convierte en
el lugar donde se expresan unas determinadas técnicas de
producción
junto a unas determinadas técnicas de dominio cuya síntesis
da lugar a
relaciones sociales de producción entre empresarios y -trabajadores.
En
la primera parte de este epígrafe, haremos referencia,
brevemente, al
proceso histórico que acompaña al surgimiento de
la rica y, en
segundo lugar, atenderemos a las instituciones y estrategias que
regu-
lan las relaciones que en su seno se producen.
Las condiciones de posibilidad de la fábrica en los orígenes de la industrialización
Sea cual sea la explicación adoptada
para interpretar el desarrollo de
la fábrica, parece fuera de duda que los primeros trabajadores
industria-
les y empresarios se enfrentaron a un proceso de cambios sin preceden-
tes. José Sierra los resume en dos tipos de problemas a
los cuales los
primeros «capitanes de industria» tuvieron que atender:
a) problemas
relativos al reclutamiento de fuerza de trabajo; b) problemas
de adapta-
ción productiva (Sierra, 1990).
Dentro del primer grupo, la dificultad más
patente consistía en una
fuerte resistencia por parte de los trabajadores para vender su
fuerza de
trabajo. Las masas de trabajadores «liberados de la tierra»,
con posibi-
lidad de vender libremente su capacidad de trabajo mostraban un
fuerte
rechazo; «esas masas promiscuas y abigarradas, esas classes
dangereuses,
parecen haber tenido buen cuidado de no hacer uso de esa libertad
recién
estrenada: desde épocas bien tempranas, la resistencia
a la incorpora-
ción al trabajo industrial capitalista parece haber sido
la norma antes
que la excepción». (Ibid. p. S). No sólo estos
trabajadores plantearon
objeciones, también los trabajadores de oficio se opusieron
a ser absor-
bidos por los nuevos hábitos laborales; acostumbrados a
una gran
autonomía, no aceptaban la sumisión a la nueva jerarquía
de fábrica. El
problema se agravaba en este caso pues debido a sus cualificaciones
estos trabajadores estaban destinados a cumplir un papel relevante
en
el nuevo escenario laboral. El objetivo general de los primeros
empresa-
rios industriales pasaba a ser el de arraigar a los obreros en
los nuevos
modos de trabajo.
El segundo tipo de dificultades está
relacionado con la necesidad de
vencer las viejas prácticas de trabajo preindustriales
y sus «vicios»,
sobre todo, respecto a los usos y concepciones del tiempo de trabajo,
tan
desajustadas respecto a las necesidades de una disciplina de fábrica,
basada en cadencias determinadas y largas jornadas. La orientación
de
los trabajadores que se lo podían permitir mínimamente
tendía a
consistir en periodos de trabajo de intensidad elevada sucedidos
por
periodos de inactividad. La regularidad de la norma que pretendían
instaurar los patronos tardaría en imponerse y la necesidad
de habituar
al trabajo desde la más tierna infancia no era percibida
como algo
descabellado entre los empresarios, sino como una buena norma
para la
socialización: «a los niños pobres se les
enviara a los cuatro años a
trabajar en casas donde deberían ser empleados en manufactura,
y
recibir dos horas de enseñanza al día [ ... 1 «Es
realmente útil tenerlos, de
una forma u otra, constantemente empleados, al menos doce horas
al
día, se ganen así la vida o no; ya que a través
de ello, esperamos que la
siguiente generación esté tan habituada al trabajo
constante que, a la
larga, llegará a ser aceptado y entretenido para ellos».
(Thompson, 1989;
P-367).
La preferencia por el tiempo libre más
que por el dinero se observa en
otro tipo de prácticas de los trabajadores relacionadas
con el absentismo,
como por ejemplo la «institución» de San Lunes,
incluso bien avanzado
el siglo XIX, que dejaba claro el carácter no ansiado del
trabajo para los
obreros (Pahl, 1990: p. 66).
En el caso de los trabajadores de oficio,
los problemas eran mayores
pues, además de lo anterior, también era preciso
acabar con su oposición
a la parcelación que los nuevos sistemas de trabajo conllevaban;
con sus
modos de controlar la transmisión de saberes y con su discrecionalidad
para fijar condiciones de trabajo y retribuciones. Todo ello suponía
un
serio obstáculo para la acumulación capitalista.
«La debilidad de la
naturaleza humana es tal que cuanto más hábil es
el obrero, más
caprichoso e intratable se vuelve y, por consiguiente, resulta
menos
adecuado en un sistema mecánico en cuyo conjunto sus ocurrencias
caprichosas pueden causar un daño incalculable».
(Ure, cit. en Sierra,
1990: p. 13-14). La queja de Andrew Ure ilustra claramente cuál
era el
sentir de los patronos y de los ideólogos del sistema de
fábrica respecto
a los trabajadores con más cualificación y deja
vislumbrar cuál será el
objetivo inmediato de las disciplinas industriales: la expropiación
del
saber obrero y la exacerbación del mundo de la técnica
en la fábrica.
La evolución de estas disciplinas
industriales puede seguirse a través
de diferentes periodizaciones históricas, desde la que
realiza Marx --de
la cooperación simple a la fábrica-, a la de los
«ciclos disciplinarios»
realizada por Gaudemar. Este último establece tres ciclos,
el primero de
los cuales es denominado cielo panóptico; en el, la vigilancia
y el control
se establecen directamente sobre los trabajadores más que
sobre el
trabajo. El segundo ciclo es llamado de disciplinamiento extensivo
y su
principal innovación es que pretende disciplinar el interior
de la fábrica
desde el exterior, mediante una estrategia de modelación
dentro y fuera
del taller. El tercero eleva al máximo rango la disciplina
maquínica como
instrumento de objetivación del proceso de trabajo. (Cf.
Gaudemar,
1981). Otras periodizaciones más adaptadas a la sociología
y a la
evolución concreta de la técnica podrían
ser, en primer lugar la propues-
ta por Touraine en La sociedad postindustrial (1973), donde establece
tres fases: la primera caracterizada por una mayor autonomía
de los
obreros; la segunda coincide con la producción en serie
y la descomposi-
ción del trabajo y la tercera con la era de la automación
y de la
recomposición de tareas. Una última periodización
podría ser la que
ofrece la teoría de la regulación, más vinculada,
como veremos posterior-
mente, a los desarrollos de la economía. Esta escuela basa
su análisis en
el estudio de lo modos de desarrollo y distingue dos fundamentales:
el
modo competitivo y el monopolista, que combinan diferentes evolucio-
nes técnicas y diferentes modos de regulación y
regímenes de acumula-
ción. (Aglietta, 1979).
En estas periodizaciones, y en otras de
diferentes autores, pueden
enmarcarse las diferentes formas que los historiadores han podido
aislar, desde el putting-out system a los sistemas de subcontratas
o al
factory system y sus sucesivas remodelaciones -organización
científica
del trabajo, línea continua fordista, etc.-. Sin embargo
es preciso evitar
la simplificación de una visión evolucionista debido
a las diferencias
entre los países capitalistas y la posibilidad de coexistencia
de las
diferentes formas y de mutaciones en su desarrollo.
Instituciones y estrategias de control
La fábrica ha sido vista por una
tradición amplia de autores, influidos
por las ideas marxistas o por la visión de los dispositivos
disciplinarios
inspirada en Michel Foucault, como un campo en el que se desplegaban
un conjunto de tecnologías de producción que unidas
a unas determina-
das tecnologías de dominio consolidaban el control del
proceso de trabajo
en manos del capitalista y concedían a este el poder de
regular a otros
sujetos con la finalidad de alcanzar un objetivo concreto.
Los análisis de estas visiones del
control se han centrado en cómo en
la fábrica se estructuraban algunas instituciones que servían
como
fundamento y como legitimación del poder. Contando con
este soporte de
la legitimación se obtiene la capacidad efectiva de ejercer
en la práctica
el control sobre el diseño organizativo, sobre las inversiones
y la
asignación de recursos, sobre el aparato productivo y la
mano de obra.
Carlos Castillo Mendoza (1990) distingue dos instituciones básicas
que
fundamentan el control del proceso productivo: la propiedad privada
de
los medios de producción y el contrato de trabajo. La primera,
entendida
en términos históricos, ha de contemplarse como
«la mediación
institucional de la que los hombres se dotan para gestionar su
apropia-
ción de la naturaleza y del producto en orden a facilitar
la producción y
la reproducción del valor, (Castillo Mendoza, 1990: p.
120), en estos
términos, la propiedad de los medios de producción
permite en la
práctica el ejercicio de la función directiva.
El contrato de trabajo completa el ejercicio
de esta última función. Los
trabajadores, entendidos como agentes libres de intercambio, ven
como
su propiedad, la fuerza de trabajo, pasa de potencialidad laboral
a eficaz
actividad productiva a través de la mediación del
contrato de trabajo. Un
interesante texto de Jacques Le Goff, Du silence a la parole,
(1989)
reconstruye el origen y el significado del contrato de trabajo
en la
Francia de finales del XIX y las discusiones que ello trae consigo:
¿es
libre el trabajador en el acto de venta de su fuerza de trabajo
o tal vez
existen coacciones que le obligan a hacerlo?. La ideología
jurídica liberal
enmascara el sometimiento de la relación de trabajo, presentándola
rodeada de un halo de libertad y hurta la dimensión colectiva
de dicho
proceso mostrando únicamente su lado individual.
Aparte de estos dos fundamentos mencionados
brevemente, pueden
añadirse algunas estrategias mediante las cuales se controla
el proceso
de transformación de la fuerza de trabajo en trabajo. Estas
estrategias
de subordinación están destinadas a vencer cualquier
tipo de resisten-
cias e impedimentos que puedan obstaculizar la valorización
del capital.
Podemos dividirlas en cuatro tipos:
1. La tecnología. Gracias a ella,
y como se puede deducir de lo dicho
hasta ahora, el capitalista limita su dependencia hacia el trabajo,
pues
con su desarrollo éste puede ser sustituido por aquella.
En este sentido,
la tecnología no sólo sirve para rentabilizar la
producción, también
permite un mayor manejo de los trabajadores. A través de
ella se fijan
los ritmos de trabajo y se moldean las cualificaciones.
2. El diseño organizacional. Al igual
que en el caso anterior, se
consigue el control mediante la estructura organizativa y la distribución
y coordinación de las tareas.
3. Las políticas de fuerza de trabajo.
Divididas en tres tipos: Las
primeras y empleadas de forma muy calculadora, son las políticas
salariales. Los incentivos, primas, los sistemas de destajo, las
horas
extra pueden procurar una mayor sujeción de los trabajadores
a la
empresa. Las segundas son las políticas de personal, dirigidas
aacrecen-
tar la motivación y satisfacción de los obreros
mediante la habilitación
de formas de promoción y de participación; estas
operaciones tratan de
impedir la aparición de formas de conflicto, aunque, si
este aparece, las
mismas políticas tienen el objetivo de contrarrestarlo
estableciendo
reglamentos internos disciplinarios. El tercer y último
tipo, son las
políticas de empleo; su objetivo es controlar las formas
de contratación
con la misma intención que en los casos anteriores: moldear
el uso de la
fuerza de trabajo y controlar el comportamiento de la mano de
obra. Los
trabajadores con empleo inestable pueden ser una fuente potencial
menor de conflicto que aquellos cuyas garantías hacia el
despido sean
mayores.
4. El sistema normativo. En este caso, nos
movemos en un terreno
menos preciso ya que superamos las fronteras concretas de la fábrica.
Por sistema normativo podemos entender el conjunto de leyes y
valores
que condicionan el comportamiento y las actitudes de los trabajadores;
se trata de una serie de garantías, que provienen de la
organización
social y política, destinadas a favorecer la producción.
Estas garantías
son, por una parte,jurídicas --el derecho del trabajo-
y, por otra parte,
sociales -los procesos de socialización-. Tanto unas como
otras,
pretenden regular el comportamiento productivo. La siguiente cita
expresa el importante papel de estos últimos procesos:
«La socialización
es el otro supuesto sobre el que se asienta la acción del
capitalista en la
producción: él da por sentado que la familia, la
escuela, la religión, los
medios de comunicación, etc., aparte de segmentarlo, han
facilitado al
individuo trabajador internalizar valores que, con el refuerzo
de medi-
das dirigidas a su mejor adecuación productiva, le permitirán
actuar
siempre en consonancia con las demandas del proceso de valorización».
(Castillo Mendoza, 1990: p. 130).
La perspectiva que hemos presentado hace
hincapié en las estrate-
gias de control por parte del capitalista, pero descuida las prácticas
de
los trabajadores que pueden presentarse en forma de resistencia
o de
aceptación instrumental de los principios rectores del
sistema de traba-
jo.