Tema 2 d
MIGRACIONES INTERIORES Y URBANIZACION
La distribución de la población española en el territorio nacional ha variado de forma significativa a lo largo del siglo y, especialmente, a partir de la década de los años sesentas. La diferente distribución regional se debe, en parte, al desigual crecimiento vegetativo, pero sobre todo a los movimientos migratorios, que han sido excepcionalmente intensos. Estas migraciones interiores han originado no sólo la alteración de la distribución de la población entre las regiones, sino también un rápido proceso de urbanización.
Las consecuencias han sido importantes para algunas provincias y zonas del país que han quedado casi despobladas, mientras que en otras se han producido grandes concentraciones demográficas con alta densidad. Paralelamente, muchos municipios o pueblos han visto desaparecer a sus habitantes quedando en bastantes casos vacíos y muertos, al par que otros han crecido desmesuradamente en pocos años, convirtiéndose velozmente en ciudades populosas.
En toda sociedad compleja se registran siempre movimientos de población de carácter migratorio, de modo que en la actualidad es difícil encontrar ninguna población absolutamente estacionaria. Pero en el caso de España lo que se ha producido es un importante proceso de redistribución de la población, que al menos en sus grandes magnitudes parece ahora haberse desacelerado y que ha supuesto el traslado y reasentamiento de millones de personas en unos pocos decenios, con muy diversas y trascendentales implicaciones.
La característica principal de la migración es que no es un fenómeno natural como la fecundidad y la mortalidad y, por tanto, no es universal. De ahí que no signifique "meramente un cambio de un cierto número de personas indiferenciadas de un lugar a otro, sino también un cambio en la estructura ocupacional y de población de países o regiones". Por eso se habla de seleccion migratoria para expresar esa característica, cuya explicación abre un sinfín de posibilidades y depende de muchos factores.
La migración española, tanto dentro como fuera del país y ambos movimientos están interrelacionados, es el resultado de conductas individuales y libres, pero sujetas en gran medida a condicionamientos económicos. De forma especial, los movimientos migratorios acaecidos desde finales de los años cincuenta están estrechamente relacionados con el proceso de industrialización de ciertas regiones españolas y constituyen, a la vez, una emigración laboral y una redistribución de la población activa entre la agricultura, la industria y los servicios.
MIGRACIONES INTERIORES
Tal como se ha indicado anteriormente, los movimientos migratorios en el interior del territorio nacional han sido muy fuertes a lo largo de nuestro siglo y, sobre todo, en determinadas épocas históricas, no siendo ajenas a su intensidad y dirección las condiciones económicas y políticas prevalecientes. Esas migraciones nos ayudan a explicar el crecimiento diferencial de la población de las regiones españolas, si bien la relocalización y el reasentamiento de la población tienen lugar principalmente a lo largo de los años sesenta y el primer quinquenio de los setenta, durante los cuales se produce un ingente éxodo rural junto con la consolidación de los más importantes centros urbanoindustriales y la aparición de otros nuevos.
De esta forma, los movimientos migratorios han contribuido al desequilibrio demográfico y económico de las regiones y han creado problemas tanto en las zonas de emigración como en las de inmigración. En las primeras, por la pérdida de población joven y la consiguiente potenciación de su decadencia demográfica y económica; en las segundas, por las necesidades que originan de equipamientos urbanos y sociales. Sin embargo, el proceso de urbanización ha sido paralelo al de industrialización en todos los países adelantados, aunque en el caso de España se ha producido en un corto periodo de tiempo y con una intensidad poco frecuente, lo cual hace especialmente interesante su estudio.
Los saldos migratorios
La emigración anterior a la guerra civil tuvo una cierta intensidad y un marcado carácter rural, en paralelo con la emigración a ultramar, que también fue importante. Parece anómalo que esos años se cerrasen con un saldo neto de inmigración del exterior de más de medio millón de personas y el detalle por regiones y provincias tampoco casa con los acontecimientos que cierran ese decenio, que se saldó con una sangría de población tanto por los muertos de la guerra como por el subsiguiente éxodo político. Más bien resulta plausible, como hipótesis, que para enmascarar esos fenómenos se inflaran las cifras del Censo de 1940, lo cual se acusaría posteriormente en el de 1950, dando como resultado una abundante emigración exterior en esta década que no concuerda con las medidas restrictivas que se impusieron y con la propia situación internacional.
En cualquier caso a lo largo de los primeros cuatro decenios del siglo se perfilan ya las regiones tradicionalmente expulsoras de población y, por contra, los centros de atracción, fundamentalmente los de carácter industrial. En ese periodo CastillaLeón, Galicia, CastillaLa Mancha, Aragón, Murcia ExIremadura, Navarra, La Rioja, Cantabria, Andalucía y Asturias perdieron población y en algunos casos de forma considerable. En todas estas regiones el proceso migratorio se acentuaría en los años de la posguerra y, sobre todo, a partir de 1950 y 1960. Las comunidades con un potencial económico v laboral mayor serían las encargadas de acoger a los emigrantes: Madrid, Cataluña y País Vasco. Valencia, desde los anos sesenta y, en menor medida, Baleares.
A partir de 1940 asistimos a un éxodo rural que se va aceIerando progresivamente hasta culminar en el decenio de los sesenta y sólo empieza a decrecer iniciada ya la década de los setenta.
En los últimos cuarenta años ha habido seis regiones que han aportado la mayor parte del caudal migratorio total: Andalucía, las dos Castillas, Extremadura, Galicia y Murcia. Aragon que, como se aprecia en el cuadro citado, tuvo una fuerte emigración en las primeras décadas del siglo, queda fuera de esa lista porque Zaragoza se convierte en un polo de atracción con saldo migratorio positivo, si bien ése no es el caso de Huesca y Teruel, provincias que continúan perdiendo población. Algo similar sucede en CastillaLeón con Valladolid, que en los años sesenta forja un centro industrial y comienza a atraer población al final del decenio. En el resto, todas las provincias son emigratorias, alcanzando entre 1960 y 1970 una larga lista de ellas, un porcentaje de emigrantes superior al 20 % sobre su población de partida: Albacete, Ávila, Badajoz, Cáceres, Ciudad Real, Córdoba, Cuenca, Granada, Guadalajara, Jaén, Palencia, Segovia, Soria, Teruel y Zamora.
La emigración interior durante ese periodo se dirigió a los centros urbanos y a las regiones económicamente más desarrolladas. Concretamente, hubo cinco grandes zonas geográficas que absorbieron la mayor parte de la población emigrada, al igual que había sucedido en los primeros cuatro decenios del siglo: Madrid, Barcelona, el País Vasco, Valencia y Baleares. Así, la inmigración de los años sesenta representó en la primera de estas regiones un 26,3 % de su población al inicio de la década; un 22,6 % en Barcelona, un 30,6 en Alava, un 19,7 en Vizcaya, un 13,6 en Guipúzcoa, un 14,8 en Alicante, un 12,1 en Valencia, un 7,3 en Castellón y un 16,6 en Baleares. Hay que añadir a ellos el resto de las provincias costeras catalanas, Gerona y Tarragona, con unos porcentajes equivalentes a los anteriores, del 11 y 12 % respectivamente. Con una dimensión menor acogieron inmigrantes Navarra, las dos provincias canarias, Zaragoza y Valladolid. En total, 16 provincias que se convierten en hegemónicas demográficamente hablando en esos años y en los cinco siguientes, de 1971 a 1975, período este último en el que cabe destacar la asimilación de población foránea por parte de Pontevedra, la provincia que cuenta en esa época con Vigo, el centro industrial más importante de Galicia.
Ahora bien, mientras que la emigración ha surgido históricamente de la mayor parte del territorio español, de las regiones más ligadas a la agricultura y menos industrializadas y, por tanto, menos capaces de ofrecer puestos de trabajo, la riada de emigrantes se ha concentrado de forma espectacular en nuestros dos grandes núcleos urbanos y en su entorno, Madrid y Barcelona. Así, esta última provincia ha acogido a 2.328.176 inmigrantes procedentes de otras provincias desde principios de siglo hasta 1975 y la de Madrid a 2.245.293. Ent re ambas han asimilado el 63,5 % del total de la inmigración interior habida en ese período. Por eso, el declive de estos movimientos de población que se deja sentir en torno a 1975 se debe a la crisis económica que paraliza la creación de empleo en estos centros industriales y, por tanto, la demanda de mano de obra. Como consecuencia de ellos los destinos de los emigrantes tienden a diversificarse y aparecen nuevas regiones con igual o mayor fuerza de atracción. Pero la emigración también se desacelera debido a la decadencia demográfica de muchas provincias que se han quedado con una población mayoritariamente envejecida y de las que es, por lo mismo, casi imposible que emigren más personas.
En el período 19761981 la emigración interior disminuye en intensidad por los dos factores apuntados antes. Madrid y Barcelona apenas si ganan población en este período y el País Vasco pierde más de 40.000 habitantes o, lo que es lo mismo, con un ritmo de casi 20 emigrantes por cada 1.000 habitantes al principio del quinquenio. Sin duda hay causas económicas y políticas que se entrecruzan para explicar este fenómeno, que prácticamente no tiene precedentes en todo el siglo.
Las únicas regiones que mantienen un cierto flujo inmigratorio son Valencia y Baleares, amén de determinadas provincias que comienzan a recibir población foránea, como Málaga, Murcia o Navarra y, en proporciones más pequeñas, La Rioja, La Coruña y Orense.
Por consiguiente, podemos subrayar el hecho de que en este último quinquenio se producen cambios demográficos importantes que, en cierta forma, rompen la inercia de periodos anteriores. No sólo respecto al giro que da el crecimiento vegetativo y en concreto la natalidad, sino a causa de los movimientos de población interiores y exteriores. Todo lo cual sugiere que es preciso analizar más a fondo la migración interior de los años sesenta porque es la que marca el equilibrio demográfico regional actual y la que en unión con los procesos de industrialización y de urbanización provoca un profundo cambio en la estructura social española. Pero la redistribución regional de la población no se ha detenido del todo, aunque su magnitud sea actualmente más reducida y se hayan alterado los flujos migratorios.
Flujos migratorios
Lo primero que se puede deducir de estos datos es la continuidad de la emigración intraprovincial a lo largo de las dos últimas décadas. En los años sesenta el flujo migratorio alectó a 1.395.191 personas y en los setenta a 2.005.955. Hay que tener en cuenta que el perfeccionamiento de la estadística y la obligación de empadronamiento han progresado en este período, razón que explica la mayor dimensión de la última cifra. En todo caso, tenemos un valor mínimo para este movimiento migratorio, que debe ser sumado al que analizamos antes a nivel interprovincial. Así, entre 1961 y 1970 habría un número mínimo de 4.019.484 personas que abandonaron el municipio donde residían.
En segundo lugar, cabe destacar que la mayor migración intraprovincial se produce en las regiones rurales y en las que cuentan con una capitál o con ciudades que se convierten en foco de atracción de inmigrantes. Éste es el caso de las provincias de Barcelona, Madrid, Valencia, Vizcaya y Guipúzcua, aunque también se deja notar en ciertas zonas peculiares, como Valladolid, Zaragoza, Sevilla, La Coruña o Alicante, entre otras. En el resto ha predomiifado claramente la emigración fuera de la provincia, pues la capital y los grandes municipios no han tenido suficiente fuerza atractiva para la población de su entorno.
Se corroboran ciertas afirmaciones hechas: que la emigración interior en España no es reciente, pero que se acelera a partir de 1960; que el fenómeno migratorio por su volumen ha tenido una gran importancia y ha afectado a la redistribución interior de la población y que interesa conocer tanto los movimientos de población intraprovinciales como los interprovinciales o interregionales.
El número de migrantes obtenido por medio de los saldos migratorios es lógicamente inferior al real, porque los flujos de migrantes en sentido opuesto se neutralizan. Si tomásemos sólo los saldos migratorios la diferencia entre emigrantes e inmigrantes estaríamos desconociendo importantes flujos de migración. Así, por ejemplo, en una región como Andalucía el saldo sería de 124.738 personas, pero en realidad cambiaron de municipio de residencia 654.572 andaluces, es decir, 5,2 veces la cifra anterior, y 317.497 abandonaron la región en ese período.
Todo indica que ha habido en este último decenio una mayor interrelación regional en los movimientos de población, esto es, que ha habido flujos intensos de doble dirección, en especial durante el último quinquenio, fenómeno e e al que no ha sido ajena la constitución del Estado de las Autonomias.
Es también digna de consideración la dirección de los flujos migratorios que, en parte, puede deducirse del análisis de provincias y regiones que pierden y ganan sistemáticamente población, aunque por este procedimiento no se consiga conocer exactamente ni la relocalización de esos emigrantes, ni la magnitud de tales flujos. Como ya se ha explicado, Madrid, Barcelona, Valencia y el País Vasco han sido los focos de atracción predominantes. Ahora bien, ¿sé han repartido los emigrantes entre esas regiones de forma indiscriminada o ha habido diferencias? Es evidente que lo que ha sucedido es lo último. Por ejemplo, en el decenio 19611970, la inmigración de Madrid procede de las dos Castillas y Extremadura; la de Barcelona se nutre básicamente de Andalucía sobre todo de Córdoba, Granada y Sevilla, pero también de Extremadura; en el País Vasco predominan los emigrantes de CastillaLeón y en Valencia los de CastillaLa Mancha y Murcia. Sin embargo, la emigracion andaluza se ha dirigido también, aunque con menor intensidad, a Madrid y Valencia. Barcelona ha recibido, asimismo, emigrantes de CastillaLa Mancha y de Aragón y el País Vasco de Extremadura y Galicia:
Estos grandes flujos migralios continúan en el quinquenio 19711975, especialmente los que afluyen a Madrid y Barcelona, pero si incluimos saldos migratorios más reducidos, los superiores a 20.000 personas, encontramos una gran variedad de movimientos de población, de los cuales los más significativos son los de retorno a la región gallega, el múltiple movimiento emigratorio a Canarias y el que va de Andalucía a Baleares, prefigurando de este modo lo que sucederá en el quinquenio siguiente, en el cual la emigración interior remite y se hace, a la vez, más compleja y pluridireccional.
En resumen, las mencionadas son las principales tendencias de relocalización y en ellas la distancia recorrida ha jugado sin duda un papel importante, como muestra la emigración de Murcia, Aragón y Galicia, porque el vínculo con el lugar de origen no desaparece del todo, aunque lo que ha influido más decisivamente ha sido la demanda de trabajo por ser esta emigración eminentemente laboral, aunque también hay factores culturales que han llevado a pueblos enteros a ubicarse en algunos barrios de grandes ciudades, basados escuetamente en meras relaciones interpersonales. Por eso, los autóctonos de las regiones más emigratorias, Andalucía, Castilla y Extremadura, se encuentran casi por igual en las grandes zonas urbanoindustriales.
Por otra parte, tal y como se deduce de los datos del Censo de 1981, recogidos antes, los flujos migratorios se diversifican entre las distintas regiones, aunque siguen manteniéndose las pautas principales apuntadas. Así, el flujo de andaluces continúa encaminándose hacia Cataluña, Madrid y Valencia, por este orden. Los de CastillaLeón se orientan hacia Madrid, el País Vasco y Cataluña y los de CastillaLa Mancha hacia Madrid, Valencia y Cataluña. Sin embargo, empiezan a surgir algunas variantes: por ejemplo, los extremeños emigran a Madrid, Cataluña, País Vasco y, después, a Andalucía. El cuarto flujo emigratorio regional en orden absoluto de importancia es el de Madrid, que se dirige a las dos Castillas, Cataluña y Andalucía. El siguiente lugar lo ocupa el que procede de Cataluña y va a Andalucía, Valencia, Madrid y Aragón. Por último, hay un notable retorno del extranjero (392.522 emigrantes) que se asienta en Madrid, Andalucía, Cataluña y Galicia.
Características de los emigrantes
El éxodo rural ha afectado de forma genérica a toda la población y las características de los emigrantes parecen permanecer constantes a lo largo del tiempo, al menos entre 1962 y 1980. Se trata de una emigración familiar en la que al hombre le acompañan en la mayoría de los casos la mujer y los hijos. Se aprecia, no obstante, una ligera mayoría de hombres y abundan los jóvenes y las personas maduras, pero no los ancianos, que parece obvio que son los que tuvieron más inconvenientes y resistencias o ataduras para dejar su lugar de origen y emprender, una nueva vida en la ciudad. Por el contrario, a los jóvenes solteros les resultaba más atractiva la vida urbana y tenían menos problemas para abandonar su pueblo, de ahí que las estadísticas reflejen un predominio de este tipo de emigrantes.
Lo anterior puede explicar el bajo número de analfabetos que se deduce de la información disponible. Los jóvenes en los años sesenta y posteriores eran los que podían adquirir un niveleducativo mínimo, al que no accedieron de forma generalizada las generaciones anteriores. Aun así, éste parece un dato sesgado, dada la tasa de analfabetismo de la población rural española en esa época. Finalmente, el porcentaje de activos nos indica que aproximadamente cada trabajador emigrante llevaba consigo algo menos de dos personas por término medio.
La "Encuesta de Migraciones Interiores", nos facilita información detallada sobre las características de los emigrantes de los años 19801984. Comprobamos que durante el quinquenio se aproximan a un millón seiscientas mil las personas que cambian de residencia, de las cuales la mayor parte superan los 16 años, con un ligero predominio de los varones. La proporción de casados es alta y la mayoría emigran a una provincia distinta de aquella en la que habitaban anteriormente, especialmente los hombres. El porcentaje de personas que regresan del extranjero no es alto, pero tampoco despreciable, ya que suma la cifra de 69.325 personas en números absolutos, aunque con un sensible descenso en el último bienio.
Tal y como revela este último dato y algún otro de los citados, parece deducirse un ligero cambio de tendencia reciente en las características de los emigrantes, en especial en cuanto a nivel de estudios y actividad económica. Aunque la proporción que tiene estudios superiores es baja, hay una diferencia significativa entre los dos períodos estudiados, más acusada entre los que cuentan con un nivel intermedio de estudios (suben 6 puntos porcentuales) y entre los que sólo tienen primarios (bajan 6,7 puntos). Por otra parte, aumenta la población activa ocupados y en paro y todo ello sugiere la hipótesis de que los movimientos migratorios están siendo nutridos en mayor medida por población que se desplaza por motivos estrictamente laborales, que afecta más a los jóvenes, aun sin familia, con un mayor nivel cultural y a causa de su trabajo o con la finalidad de encontrarlo.
El carácter ruralurbano de la migración interior
El estudio de las migraciones interiores por municipios permite comprobar claramente el carácter de emigración rural, y paralelamente de inmigración urbana, que han tenido los movimientos de población en España.
Mientras que los núcleos de población intermedios, entre 10.000 y 20.000 habitantes, tienen unos saldos migratorios muy bajos, los municipios rurales, por debajo de los 10.000 habitantes, son aquellos de los que proceden los emigrantes que se dirigen a los centros urbanos de más de 20.000 habitantes, con excepción del período 19761980, en el cual los municipios de más de 500.000 habitantes arrojan un saldo migratorio negativo que condiciona el del grupo de municipios de 100.000 y más habitantes. Ahora bien, la deficiencia de las estadísticas de base obliga a no valorar ese dato al analizar el proceso de urbanización haciendo uso de los datos censales.