Un nuevo lenguaje
técnico:
el español en la Internet
Texto de la conferencia que el
lingüista Alberto Gómez Font pronunció en el III Coloquio "Lenguaje y
Comunicación", celebrado en Caracas. El autor, uno de los especialistas
del Departamento de Español Urgente de la agencia española de noticias EFE,
cedió gentilmente el texto a esta página
El
adjetivo técnico según el diccionario, se aplica a las palabras o
expresiones empleadas exclusivamente, y con sentido distinto de lo vulgar, es
el lenguaje propio de un arte, una ciencia, un oficio...
Tecnicismo es el conjunto de voces técnicas empleadas en el lenguaje de un
arte, una ciencia, un oficio..., o cada una de estas voces.
Tecnología
es el tratado de los términos técnicos o el lenguaje propio de una ciencia o un
arte.
He
querido comenzar con esas definiciones porque durante un rato voy a utilizar
las expresiones lenguaje científico, lenguaje técnico, ciencia, tecnología y
técnica, ya que el asunto que vamos a tratar en esta mesa redonda es un
lenguaje técnico, un lenguaje creado por especialistas, y difícil de entender
para los no iniciados.
Si
algo caracteriza al lenguaje científico y al lenguaje técnico es su léxico. El
léxico general, el propio de todos los hablantes, puede ser utilizado para
transmitir mensajes a todos los que conocen una determinada lengua, y el grado
de comprensión de esos mensajes dependerá del nivel de información que posea el
receptor , sea lector u oyente. Pero el léxico de un lenguaje especializado no
puede ser dirigido a toda la gente y no admite grados de comprensión. Ante un
texto escrito en lenguaje científico o técnico tiene más posibilidades de comprensión
un novato en el campo correspondiente del saber, que las que tiene un buen
conocedor del léxico de la lengua que no sepa nada de la especialidad de la que
trate el texto. Veamos un ejemplo esclarecedor, una definición tomada del
Vocabulario Científico y Técnico de la Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales. Veamos qué es una charnela desmodonta.
Charnela
desmodonta es la "charnela propia de los pelecípodos clavícolas, formada
por repliegues ligamentarios paralelos al borde de la concha, sin verdaderos
dientes".
Y
si miramos la voz charnela, veremos que se trata de la "estructura
mediante la cual se articulan las dos valvas que forman el oxeoesqueleto en los
pelecípodos, braquiópodos y ostrácodos. Punto de máxima curvatura que presenta
un pliegue geológico en un perfil transversal al mismo".
Cambiemos
ahora de diccionario y miremos qué es una charnela en la lengua general, en el
Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) Española: (del francés
"charnière".) Bisagra para facilitar el movimiento giratorio de las
puertas. Gozne, herraje articulado. (Zool.)Articulación de las dos piezas
componentes de una concha bivalva.
En
el lenguaje científico y técnico los vocablos especializados son absolutamente
insustituibles y no pueden ser retirados del texto para colocar otros que
actúen como sinónimos o casi sinónimos, pues éstos no pueden existir.
La
parte esencial de lo que llamamos vocabulario especializado la constituye el
léxico científico y técnico. La especialización no se produce por ningún otro
mecanismo que pueda afectar al léxico sino por la eliminación de cualquier
posibilidad significativa que no sea la deseada en la oportuna utilización del
vocablo. El lenguaje especializado exige un significante propio para cada
significado. Un texto científico en el que cada noción especializada no tuviera
una palabra (un significante) propia sería necesariamente un texto confuso.
Sólo los especialistas pueden distinguir con precisión los términos propios de
su ciencia, ya que frecuentemente éstos tienen la forma de una palabra del
léxico general, pero en el texto científico o técnico tienen un significado
unívoco para su empleo especializado. Quien pretenda interpretar el sentido de
las voces propias de un campo especializado, sin ser especialista, caerá en una
confusión total, pues cometerá el error de tratar esos términos como si fueran
palabras de l a lengua general, y la realidad es que no tienen nada que ver con
ellos.
El
significado de un término científico debe aprenderse de una sola vez. No se
consiguen mayores matizaciones ni se alcanza un mejor conocimiento del
significado del término por el hecho de que el lector lo encuentre repetidas
veces, pues en todas ellas esa palabra deberá tener el mismo significado, y si
el lector no la conoce antes de leer el texto, no podrá entender ese texto. Es
más, dentro de una ciencia determinada, una metodología nueva puede adoptar un
significante ya existente con un nuevo significado que resultará oscuro para el
especialista que no conozca esa nueva metodología.
El
léxico científico y técnico no puede ser tratado como parte del vocabulario
general de la lengua. Lo único que el léxico científico y técnico puede tener
en común con el léxico general es su forma gramatical. Y eso es fácil de
comprobar hojeando dos diccionarios: el de la Real Academia Española y el de la
Real Academia de Ciencias. Rápidamente se da uno cuenta de que no son
diccionarios redundantes: las voces que están en uno no se encuentran en el
otro, y las que parecen repetidas en los dos sólo lo son en la forma, pues sus
significados difieren en uno y otro diccionario. El de la Real Academia
Española sólo recoge el léxico general y el de la Real Academia de Ciencia sólo
recoge el léxico científico y técnico.
Si
consideramos que lo que caracteriza al léxico es su condición de depositario de
significados, el comportamiento de cada uno de estos dos tipos de léxico es
completamente distinto.
Los
textos especializados son los que contienen un vocabulario que sólo puede
comprender un grupo muy reducido de hablantes, y todos los textos sobre
ciencias o tecnología son así. Tratar de leer un texto especializado científico
o técnico sin ser especialista en el campo correspondiente es casi lo mismo que
tratar de leer un texto literario en una lengua que no se conoce. Es posible
que el lector no sienta como ajenas a su lengua las palabras que va
encontrando, pero finalmente tiene que convencerse de que no está entendiendo
nada de nada. En un texto especializado, el lector no especialista no encuentra
ningún auxilio en la relación gramatical entre las palabras, sino que más bien
sucede lo contrario.
Hay,
pues, dos tipos de lenguajes, y por lo tanto dos tipos de mensajes: 1) los
dirigidos a grupos a los que se supone únicos receptores posibles del mensaje.
Éstos deben resultar absolutamente inteligibles para aquellos a quienes van
dirigidos y sólo para ellos. ) Los mensajes dirigidos a todos los usuarios de
la lengua, que no pueden contener ningún rasgo que pueda ser no inteligible.
Y
mientras que todos los receptores de los mensajes del tipo 1) tienen que
entender lo mismo, sin que haya diferencias entre lo que entienden unos y lo
que entienden otros, los receptores de los mensajes del tipo ) pueden tener
interpretaciones diversas, incluso tantas como receptores del mensaje. En
contra de esa diversidad de interpretaciones admisibles en un texto no
especializado, el lector de un texto científico o técnico no tiene otra
posibilidad que admitir o rechazar el contenido, no puede haber posiciones
intermedias.
Para
su empleo, el vocabulario científico y técnico está sujeto a las normas
sintácticas generales, pues ya hemos visto que se diferencia por el léxico, es
decir, por los nombres, los verbos, los adjetivos y los adverbios; pero las llamadas
partes gramaticales (artículo, pronombre, preposición y conjunción) son comunes
tanto a textos científicos como no científicos. La exposición de un tema
científico se lleva a cabo del mismo modo que cualquier otra forma de
expresión, y su carácter científico se manifiesta en la presencia de términos
especializados; sin estos vocablos especializados un texto científico no
quedaría caracterizado como tal.
Parece,
pues, evidente, que el vocabulario científico y técnico no tiene nada que ver
con el vocabulario general de la lengua. El vocabulario científico y técnico
forma parte de las ciencias y técnicas a cuyos significados representa, y
sacarlo de ahí y confundirlo con el léxico general no está justificado en
ningún caso. No es posible unir ambos léxicos en uno solo, las ramas de la
ciencia son muy numerosas y dentro de cada una hay un léxico especializado
cuyos usuarios son poco numerosos; pero aunque es deseable que el léxico de la
lengua no sufra alteraciones por esta vía, no se pueden rechazar sistemáticamente
las incursiones de vocablos técnicos en el léxico general.
No
hay ninguna fórmula para conseguir un equilibrio en el uso de la terminología
científico-técnica. Todos los significados especializados de un texto
científico, aunque a primera vista parezcan parte del vocabulario general, no
pertenecen al léxico de la lengua sino al de la ciencia y la técnica. El
vocabulario científico y técnico es un asunto propio de los cultivadores de sus
ramas respectivas; todos los demás nos enteramos de la existencia de esos
términos cuando aparecen fuera de los textos especializados.
De
todas formas, y aunque en principio sean cosas tan separadas, los intercambios
entre el vocabulario común y el vocabulario técnico o científico son
constantes. Palabras comunes y de todos conocidas como la red pasan a ser
utilizadas en terrenos tan especializados como el que aquí nos ocupa: la
Internet. Y más frecuente aún es que las voces técnicas penetren en el habla
común.
El
científico o el técnico escriben para pocas personas, es decir, únicamente para
los que dominan la parcela de la ciencia de la que tratan sus escritos; incluso
en las obras de divulgación científica el autor no puede prescindir de los
términos propios del lenguaje científico-técnico. Actualmente la exposición
científica para un público amplio se hace a base de la colaboración entre los
científicos y los periodistas especializados de los grandes periódicos y las
grandes agencias de información internacionales. Estos últimos, los
periodistas, deben transformar el lenguaje científico en lenguaje periodístico,
prestando atención a los niveles de los receptores de esos mensajes, que pueden
ser científicos, personas cultivadas o público en general y que pueden variar
según los países y las sociedades, precisando cada uno de ellos una determinada
forma en la exposición, en los razonamientos y en el lenguaje.
De
ahí el importante papel que desempeña en la sociedad el llamado periodismo
científico, cuyos representantes venezolanos acaban de celebrar una reunión la
semana pasada, aquí en Caracas, y cuyas conclusiones nos gustaría haber podido
tener hoy aquí, pero no ha sido posible.
El
periodismo científico se ocupa de la divulgación de la actividad científica y
tecnológica y para ello, como ya hemos dicho, emplea un lenguaje periodístico
que permite la comprensión del público en general.
Y
los periodistas dedicados a esa labor de divulgación se topan con la realidad
de que la descripción de la ciencia o la técnica no puede existir sin el uso de
la terminología propia, es decir, sin un lenguaje específico correspondiente a
la materia tratada. La profesora española María Victoria Romero Gualda, al
analizar el lenguaje periodístico, dice que "la presencia de voces
técnicas de difícil descodificación está justificada cuando el contenido lo
exige y el receptor lo permite". Y añade que eso "quiere decir que el
periodista tiene dos deberes difíciles de concordar respecto al uso de este
tipo de voces: no puede banalizar determinados contenidos científicos o técnicos
y tampoco puede abandonar una cierta labor de divulgación que permita al lector
comprender el texto. No hay duda de que en una crónica de arquitectura puede
aparecer:
'remate
de antepecho con merlones embrionarios y gárgolas en cañón' o en unas páginas
de economía se hablará de plus valía, inflación, encaje bancario, tipos de
interés, etc. El problema está en el contagio que pueden sufrir otras
informaciones que nada tienen que ver con ámbitos especializados. Y así se nos
habla de que en la próxima semana tendremos 'temperaturas a la baja', mezclando
el lenguaje técnico de la economía con el de la información
meteorológica".
Visto ya que los científicos están obligados a alejarse
del lenguaje común para dar mayor claridad a sus mensajes, sus informaciones,
sus teorías... parece claro también que cuando de lo que se trata es de darles
nombre a nuevos descubrimientos y a nuevas técnicas, hay que inventar nuevos
vocablos, hay que usar neologismos. El lenguaje científico es especialmente
difícil precisamente porque se nutre de neologismos y el neologismo, como
recién llegado que es, resulta extraño a la lengua, y es también labor de los
periodistas contribuir a su generalización y su conocimiento.
Hace
ya varios años, en abril de 1991, se celebró en España, en el Monasterio de San
Millán de la Cogolla, un seminario organizado por la Agencia EFE y la Comunidad
Autónoma de la Rioja, que se tituló "El neologismo necesario". En las
conferencias y en las mesas redondas , un grupo de científicos, especialistas
en economía, viticultura, robótica, física nuclear, armamento militar, y
lingüistas, y periodistas especializados y profesores se dedicaron a estudiar
el fenómeno del neologismo y de la necesidad que tienen todas las lenguas, en
este caso el español, de incorporar nuevas voces en su léxico, sobre todo en
los lenguajes especializados, es decir, técnicos y científicos. Y si bien se
pusieron en evidencia gran cantidad de neologismos innecesarios, también
salieron a la luz las necesidades específicas de distintas ramas del saber y
distintas profesiones, en cuanto a la creación de términos nuevos, o la
adopción de voces de otras lenguas.
Hay
que ser realistas y tener presente que la documentación científica producida en
español es muy escasa, y que, por lo tanto, nuestros técnicos y nuestros
investigadores deben leer casi todo en una lengua extranjera, que casi siempre
es el inglés.
La
terminóloga venezolana María Eugenia Franceschi explica muy bien esta situación
al decirnos que el hecho de dotar de nombre a las nuevas nociones que van
apareciendo no es igual en todos los idiomas, pues depende de la posición que
ocupe cada idioma en particular. En efecto, existen desarrollos tecnológicos
que se originan en el interior de una sociedad con una lengua determinada y
cuya creación tecnológica se realiza en esa misma lengua. Asimismo existen
otras lenguas que, para hacer uso de esa tecnología, deben entrar en contacto
con la lengua creadora de dicha tecnología y adaptar las nuevas nociones a la
suya propia, lo cual significa encontrar equivalencias entre ambos idiomas para
determinar el término correspondiente.
Añade
la profesora Franceschi algo de todos sabido pero que conviene recordar:
"el español, al entrar en contacto con los desarrollos que se originan en
otras lenguas, y muy especialmente en inglés, debe adaptar esos conocimientos y
los términos utilizados para expresarlos. En muchos casos es posible que en
español exista la expresión o el término correspondiente con la nueva noción,
pero en otros se ha de crear el término que llene el vacío, para lo cual
debemos recurrir a los neologismos".
Achacar
al ámbito científico y tecnológico la utilización abusiva de anglicismos no es
algo gratuito; ya hemos visto las razones de que esto suceda: gran parte de los
conceptos y objetos que pueden aparecer en un texto técnico son recién llegados
al lenguaje y casi siempre han surgido en el mundo anglosajón. No ocurría así
con los inventos de hace cien años, que tuvieron la suerte de ser nombrados con
voces sacadas de las lenguas clásicas, que en ese tiempo dominaban las
ciencias; de ahí el teléfono, el telégrafo, la fotografía, el gramófono...
El
desarrollo de las ciencias y de la tecnología va creando una continuada
necesidad de crear neologismos. Hay que dotar de nombre a lo que se va
inventando y descubriendo, y lo lógico es que eso lo hagan los mismos que
inventan o descubren, y lo más normal es que eso ocurra en ambientes de lengua
inglesa. Y ante el dilema de intentar traducirlos o crear un neologismo, la
mayor parte de las veces se opta por una tercera vía, la más cómoda: usar la
palabra en su idioma original.
Para
quien genera o difunde una innovación es fácil inventar el término o tomarlo de
la jerga propia de su campo, no necesita poner de acuerdo a nadie pues quienes
adopten la innovación adoptarán también el nombre, mientras que para traducirlo
al español, una vez ya difundido en inglés, hay que conseguir el acuerdo entre
un gran número de usuarios en todo el mundo hispanohablante.
En
la última década el español ha sufrido en las comunicaciones y la electrónica
más que en cualquier otra área. Fax, modem, software, hardware no encuentra, y
la mayor parte de las veces ni siquiera buscan, su equivalente en español.
Hasta el inglés, el idioma de la computación, ha sido modificado para aceptar
acrónimos y nuevos significados para palabras ya existentes.
El
proceso de aparición de neologismos en el lenguaje técnico de la computación o
la informática es siempre igual : la tecnología se envía desde la casa madre
(casi siempre en los Estados Unidos) en inglés y llega a manos de un reducido
grupo de técnicos de algún país hispanohablante, normalmente México o España.
Esos técnicos son los primeros en traducir y van creando así una jerga con la
que podrán entenderse entre sí y transmitir lo traducido a los clientes más
especializados. Más adelante, cuando ya se produce la distribución del nuevo
producto al gran público, aparece la figura del traductor, que debe encontrar
el punto intermedio entre las traducciones llenas de anglicismos de los
técnicos y el interés de utilizar un español correcto y libre de barbarismos.
Aquí
quizás convenga hacer un inciso para hablar de un asunto que tiene mucho que
ver con los programas informáticos y poco con el lenguaje técnico, pero merece
la pena que nos detengamos un minuto para recordar el escándalo, muy reciente,
del diccionario de sinónimos del programa de proceso de textos Microsoft Word .
Tal fue el escándalo que la empresa Microsoft pidió públicamente perdón por sus
sinónimos, que resultaban ofensivos para las mujeres, los indios, los
homosexuales, los andaluces y otros, pues podían encontrarse cosas como que los
sinónimos de andaluz eran "cañí, agitanado, gitano, flamenco y calé",
y los de indígena eran "salvaje, nativo, aborigen, bárbaro, antropófago,
caníbal, cafre, indio y beduino".
Pero
también hay que recalcar lo bueno, y es de ley recordar que la misma empresa
Microsoft, en la introducción de la versión española de los manuales para el
usuario, dice lo siguiente: "Hagamos entre todos del español una lengua
universal, tratando de aunar esfuerzos con el objetivo de evitar, en la medida
de lo posible, por una parte los vacíos existentes en el lenguaje técnico y por
otra el surgimiento y adopción de nuevos términos en inglés sin su correspondiente
adaptación al español. Somos 300 millones de hablantes que compartimos la misma
lengua y todos tenemos que sentirnos orgullosos y responsables de ella".
Estos buenos propósitos de la casa Microsoft también nos interesan hoy aquí
porque esa famosa marca de procesadores de textos también ha desarrollado un
programa para la Internet y el correo electrónico.
Y
si con la llegada de las computadoras se introdujeron en nuestra lengua
múltiples términos informáticos anglosajones de difícil traducción, con la actual
expansión de la Internet y del correo electrónico el español pierde aún más
terreno ante un spanglish imparable. Internet ha elegido de manera casi natural
el inglés como idioma oficial y la mayor parte de la información circula en esa
lengua.
Internet
es , como su nombre indica, una red internacional, una red de datos que se
presentan en forma de texto y de imágenes, y su uso está produciendo un
lenguaje propio que podemos incluir dentro de los lenguajes técnicos: el
lenguaje de los cibernautas, donde, ya de entrada, nos encontramos con una
serie de voces formadas por composición de la raíz "ciber" y otras
palabras: ciberespacio, que es como conocemos a ese mundo etéreo creado por las
comunicaciones instantáneas entre computadoras; cibernauta, que es el que
navega por el ciberespacio; ciberteca, para referirnos a las bibliotecas
electrónicas; cibersexo, para los contactos sexuales a través de la Internet,
etc, etc. Y ese nuevo lenguaje que va surgiendo es, en un principio, en inglés,
y es ya tan extenso su léxico que es necesario el uso de glosarios y
vocabularios especializados.
Más
del setenta por ciento de los usuarios de la Internet son anglohablantes,
luego, si la red, la telaraña, crece y se desarrolla en un ámbito de lengua
inglesa, ¿en qué lugar queda el español en el mundo de la cibernética?
El
primer problema que se plantea es quizás el más importante: las traducciones al
español de los manuales de funcionamiento de los programas informáticos ,
incluyendo los de las redes de comunicación. Y el problema es que esas
traducciones, en muchas ocasiones, están redactadas más en
"spanglish" que en español. La tarea de poner de acuerdo a todos los
usuarios hispanohablantes sobre la terminología de las redes de comunicación es
ardua y ello hace que se usen traducciones literales, calcos, o que se opte por
los términos ingleses.
En
la jerga de los iniciados en la Internet que usan el español como lengua de
comunicación, ya es conocido el término "ciberspanglish", creado y
difundido por la "cibernauta" peruana Yolanda Rivas, profesora del
departamento de Política y Tecnología de la Comunicación de la Universidad de
Texas, en Austin, que ha distribuido con ese título, a través de la red, un
glosario de términos ingleses y su correspondiente traducción en español,
traducción que, como veremos en algunos ejemplos, dista mucho de lo que hasta
ahora se entendía por español.
Dice
Yolanda Rivas hay una falta de reflejos por parte de los hispanohablantes, a
quienes acusa de exceso de celo al pretender no usar términos o construcciones
ajenos al español, mientras que los anglohablantes no tienen ese tipo de
reparos al crear, por ejemplo, el verbo "to email", derivado de
"e.mail" o "electronic mail". Y así se atreve a defender
algunos usos que a ningún hispanohablante con un mínimo de sensibilidad
idiomática pueden parecerle aceptables, como el traducir "exit" por
"hacer un exit" cuando en español eso es "salir", o el
horrible "printear" en lugar de "imprimir" como equivalente
al inglés "print", o "deletear", de "delete", por
"borrar"... Pretender que verbos tan españoles como salir, borrar o
imprimir dejen de usarse sólo por estar relacionados con una computadora es,
esa es mi opinión, actuar contra la unidad y la corrección del idioma.
Y
el parecer de la doctora Rivas es compartido por muchos usuarios
hispanohablantes de la Internet, especialmente, como es lógico, los que viven y
trabajan en los Estados Unidos, y también, desgraciadamente, algunos de otros
países entre los que debo decir que se encuentra España. Y ello hace que ya
sean aceptado como válidos en español mensajes como el siguiente:
"Querido
Jesús: ya que hemos decidido emailearnos, te envío un archivo para que lo
downloadees a tu ordenador. Lo he encontrado surfeando en el Web, cliqueando de
site en site. Lo puedes pasar a un floppy o printearlo, y si no te interesa
salvarlo lo deleteas...".
También
José Ángel Martos, director de una prestigiosa revista especializada en las
redes de comunicación, defiende esa jerga llamada "ciberspanglish" en
un artículo publicado en su revista en el que no duda en afirmar que
"linkar" es la única forma de decir en español lo que en inglés es
"to link", y rechaza de plano el uso del verbo "enlazar",
que sería la traducción correcta para cualquier hispanohablante. Dice el señor
Martos que él defiende la "amplitud de miras y de vocabulario y la
subversión de lo s valores establecidos, sacudiéndose sin más las dictaduras
económicas, culturales y demás historias". Vemos con este ejemplo qué tipo
de personas están influyendo en la forma de usar el español en la Internet,
aunque por suerte no todo es así.
Menos
mal que hay quien reacciona ante esos despropósitos y defiende públicamente la
necesidad del buen uso del español. Leticia Molinero, directora de la revista
Apuntes, dedicada a cuestiones de traducción, dice lo siguiente en relación con
la página de Internet de Yolanda Rivas : "Esa postura de defensa del
spanglish se basa no sólo en una crasa ignorancia de las posibilidades del
español, sino en una actitud fáctil y servil ante el idioma inglés. Además, la
propuesta de españolizar los sustantivos y verbos del léxico informático del
inglés con ejemplos como "uplodear los files", en vez de "enviar
los archivos", sólo será válida para aquellas personas que no sólo conocen
los dos idiomas, sino también la tecnología. Es decir, por un lado es una
actitud servil ante el inglés y, por el otro, arrogante ante el resto de los
hispanohablantes monolingües".
Y
entre los usuarios de Internet también hay que mencionar la reacción del
traductor español Xosé Castro Roig, quien, en una carta abierta titulada
"ciberidioteces" , contestaba así al señor Martos: "La
informática, Internet y otra serie de tecnologías pasan ahora por un proceso
por el que han pasado ya todas anteriormente, y es la fase en la que se mezclan
términos en inglés y en castellano hasta que se encuentra un término que pueda
comprender la mayoría de los destinatarios. Por esa misma fase pasó la
televisión, las batidoras y los secadores de pelo...". "Perdone, pero
es que 'linking' en inglés significa 'enlazar' o 'vincular' y los
angloparlantes no se sorprenden de que signifique eso".
También
hay otros que se toman en serio la labor de traducción y divulgación de la
terminología de la Internet, y ese es el caso del Glosario Básico
Inglés-Español para usuarios de Internet11 de Rafael Fernández Calvo, que,
según el autor, es "un modesto folleto de consulta, elemental y sin
pretensiones", y está pensado para "ser útil en las navegaciones de
ocio y negocio por Internet", pero, en verdad, se trata de un trabajo
serio, concienzudo y muy respetuoso con el español, y el autor no duda en
traducir el "link" y el "to link" inglés como
"enlace" y "enlazar".
Otra
labor muy importante es la que desarrolla la Academia Norteamericana de la
Lengua Española, cuya comisión de traducciones edita un boletín titulado
Glosas, dirigido por el académico Joaquín Segura, en el que, en la sección
dedicada a los neologismos norteamericanos con equivalentes propuestos por la
comisión de traductores, encontramos listas de términos propios de la Internet
con la forma inglesa, su traducción y la correspondiente definición. Ramón
Abad, encargado de la creación de una página en la Internet para el Instituto
Cervantes de Nueva York, opina que la responsabilidad de crear algo parecido a
un modelo de utilización del español en el ciberespacio recae más en los medios
de comunicación que en los organismos de la administración, y dice que la gente
que utiliza ese lenguaje es la que debe comprometerse a esa vigilancia del
idioma.
Manuel
Gamella Bacete, miembro de un foro de debate sobre la terminología
computacional en español, decía en uno de sus mensajes electrónicos que
"hay que coger el toro por los cuernos y promover acuerdos entre los miles
de usuarios a ambos lados del Atlántico, pues de lo contrario sólo nos quedará
la solución de rendirnos al término inglés o acudir a traducciones demasiado
largas y poco prácticas".
En
el mismo foro apareció un mensaje de Francisco Javier Díez, profesor del
Departamento de Informática y Automática de la Universidad de Educación a
Distancia, en el que éste afirmaba que "la actual degradación del
castellano en el mundo de la informática se podría haber evitado o al menos
paliado si todo el mundo hubiera puesto un poco de su parte. Por un lado hace
falta que algunas personas asuman el liderazgo de este esfuerzo y, por otro,
que toda la comunidad científica tome conciencia de que el idioma es un bien
cultural que debemos proteger". Y la propuesta de Francisco Javier Diez es
que se sumen los esfuerzos de muchos profesores, de las principales casas
comerciales y de las Academias de la Lengua, para, con esos recursos y esa
autoridad, actuar en favor de una "evolución armoniosa del idioma".
Otro
de los mensajes dedicados a reflexionar sobre esta cuestión fue el de Jorge
Tamayo, director de la editorial Enigma S.A. de Barquisimeto, Venezuela, quien
con el título de "El Cervantes informático", hablaba de la necesidad
de algún organismo que "de una vez por todas ejerza su mandato y le ordene
al ordenador aceptar el más castizo nombre de computadora, o viceversa; que
trabaje con archivos y se olvide de los ficheros, o viceversa; que deje las
ristras para los ajos (en la cocina) y utilice cadena p ara los caracteres del
lenguaje binario de la computación, o viceversa. En síntesis, un Cervantes que
al fin logre llegar a América a través de Internet para definir el vocabulario
fundamental de la informática castellana".
De
todo esto debemos sacar una conclusión y una actitud: debemos ser conscientes,
y actuar en consecuencia, de que somos una gran comunidad de hablantes de una
misma lengua, y de que en cada país hay diversas actitudes ante la creciente
presencia del inglés. Debemos ser conscientes de nuestra gran responsabilidad
ante el idioma, y aunque los periodistas, los lingüistas, los traductores y los
terminólogos seamos una minoría, nuestra forma de usar el español repercute
directamente en toda la sociedad, en todos los hablantes de nuestra lengua.
En
una reunión como esta, dedicada al lenguaje y la comunicación, hay que recalcar
la responsabilidad de los periodistas en la defensa del buen uso de la lengua.
Es ya casi un lugar común afirmar que los periodistas utilizan mal el español;
no es cierto, la verdad es que la mayoría lo utilizan bien o incluso muy bien;
pero basta con que unos pocos lo descuiden para que sus errores y sus desvíos
de la norma lleguen a muchísimas personas. Ese es el poder de la prensa: lo que
escribe un periodista llega a cientos de miles, a millones de personas, muchas
de las cuales tienden a tomar como modelo el lenguaje de la prensa, y si ese
modelo no es bueno, si esconde errores o malos usos, los resultados pueden ser
muy negativos.
Y
esa responsabilidad ya se extiende a la Internet, pues cada vez son más los
periódicos y las revistas en español que tienen edición electrónica, edición
"on line", para usar el término inglés específico, y pueden leerse en
cualquier parte del mundo en la pantalla de una simple computadora, el ABC de
Madrid, el Clarín de Buenos Aires, El Tiempo de Bogotá o El Nacional de
Caracas, entre otros.
Quiero
terminar aclarando un poco el panorama, que no es tan sombrío como puede
parecer en un principio, pues gracias al gran desarrollo de los medios de
comunicación podemos lograr algo que hace poco tiempo era imposible: podemos
estar en contacto rápido y permanente con nuestros colegas de todo el mundo
hispanohablante, recabar información, compartir opiniones, y tomar las
decisiones entre todos, evitando así que en cada país se den distintas
soluciones a los mismos problemas de lenguaje.
Y
en la Internet ya están presentes algunos de los organismos cuyo fin es la
defensa del español, como la Academia Nortemericana de la Lengua Española, con
su boletín Glosas; la Agencia EFE, con su Departamento de Español Urgente y su
foro de debate llamado "Apuntes". Y muy pronto también tendrán sus
páginas en la red la Real Academia Española y un servicio de consulta del
Instituto Cervantes.
Hasta
ahí, de momento, las instituciones más o menos oficiales, pero también hay
particulares que se preocupan por el buen uso del español en la Internet y
crean páginas que ponen a disposición de los navegantes en las que se informa
sobre todo lo que hay en la red relacionado con la lengua española. Un buen
ejemplo, digno de encomio, es "LA
PÁGINA DEL IDIOMA ESPAÑOL", editada por Ricardo Soca, periodista uruguayo que vive en
Río de Janeiro, y que, desde allí, envía a través de la Internet información
actualizada sobre los recursos disponibles en la red relacionados con nuestra
lengua: diccionarios electrónicos, correctores ortográficos, reglas de español
actual, consultas gramaticales, periódicos con edición electrónica, seminarios,
congresos, traducciones, y ha comenzado la redacción de un "manual de
estilo periodístico" cuyas primeras páginas también están en la red a la
disposición de los navegantes y esperando sus críticas y comentarios. En otras
páginas, creadas por otros cibernautas amantes del español, podemos encontrar
hasta el texto íntegro de la gramática de la Real Academia.
Hay
que mencionar también la excelente labor de Ángel Álvarez, quien, además de
confeccionar y distribuir en la red un diccionario con los errores más comunes
en la traducción de terminología de computadoras del inglés al español , ha
creado y es el moderador de un foro de discusión llamado "Spanglish",
en el que se plantean problemas de traducción y se discute sobre las diferentes
posibilidades, con la intención última de llegar a acuerdos que eviten la
dispersión terminológica.
Termino
ya con un ejemplo de esa dispersión, con un ejemplo de cómo, por pereza, se
crea un neologismo producto de la adaptación de una voz inglesa al español, una
españolización sin más, la del verbo inglés "to chat", que significa
"charlar". Pues bien, entre los usuarios hispanohablantes de la
Internet, especialmente los americanos, es habitual utilizar el verbo
"chatear" para referirse al hecho de "to chat", es decir,
de charlar a través de la red. Pero resulta que en España "chatear"
es algo muy distinto, y el usuario español recién llegado a Internet que oiga
que los cibernautas dedican mucho tiempo a "chatear", pensará que son
todos unos borrachines, pues para él, y para el Diccionario de la Real
Academia, en las tabernas y entre sus parroquianos, un "chato" es un
vaso bajo y ancho de vino, y "chatear" es nada más ni nada menos que
ejercitar el "chateo", que no es la "charla", sino ir de
taberna en taberna bebiendo "chatos", cosa que, de todas formas,
facilita las ganas de "charlar".