Orígenes del castellano, Ramón Menéndez Pidal

 

Las dos corrientes se distinguen así bastante por su propio

origen. La que se extingue en el siglo xi venía de muy antiguo;

arranca del latín vulgar de los primeros siglos medievales y re-

flsja revueltamente ora arcaísmos de esa primitiva vulgaridad,

que venían arrastrados por la tradición, ora neologismos del ro-

mance, todo en lucha con el latín escolástico, única norma li-

teraria de entonces. Por el contrario, la corriente que empieza

a fines del siglo xn, olvidada totalmente del latín vulgar por la

interposición de un siglo entero de latín escolástico depurado,

refleja solamente las últimas formas del romance, las más nuevas,

apoyadas en la coexistencia de dos normas literarias que entonces

ya se hallaban acatadas: la romance al lado de la latina. La se-

gunda corriente no nos sirve, pues, sino para observar el aparecer

primero de las formas neológicas romances; vacilará, por ejemplo,

entre la forma latina alteru y la romance otro. La corriente vieja

nos sirve, no sólo para damos el romance de entonces, otro, sino

también para ponemos delante grandes arcaísmos romances,

muy anteriores al siglo X, altro, antro, aotro, como que recogía

tradiciones de los primeros orígenes del habla vulgar. He aquí

el capital interés de esos documentos de los siglos x y xi; ellos

nos abastecen de formas jamás escritas antes en los textos del

período literario por remotos que fuesen; la extraña catadura

de algunas de ellas no había jamás aparecido ante los ojos del

filólogo moderno; hasta su viejísima ortografía era o ignorada o

arcana.

Ya ciertamente se habían publicado las Glosas Silenses, pero

ellas no ofrecen esos mayores arcaísmos que se encuentran en

los diplomas (§ 811), y quedaban algo incomprensibles en medio

de su aislamiento. Al poderles poner ahora al lado las inéditas

Glosas Emilianenses provistas de más arcaísmo (cuempetet, uam-

ne, lebantai, etc.), dotadas de más amplia y variada fraseología,

y al ponerles también al lado los documentos de esos siglos pre-

literarios, el campo de observación se enriquece sobremanera, no

ya en cantidad, sino en variedad y esencial curiosidad de formas.

La época primitiva del idioma era ya teóricamente conocida

por la, filología, mediante la comparación del latín con el romance

moderno, de donde se deducen las formas remotas del romance

naciente. De esta época primitiva, cuyas formas lingüísticas se

conocen casi sólo teórica o deductivamente, había que saltar a

la época literaria, conocida ya en manuscritos auténticos desde

poco antes de 1200. Ahora, la historia documental del idioma

ganará muy curiosos aspectos al ser prolongada tres siglos más

atrás, al llenar con hechos y fenómenos desconocidos una época

que antes había que pasar por alto, entre la época primitiva

y la literaria. Esta época intermedia, de la que antes nada se

decía, nos podrá ahora revelar más de un secreto, más de un epi

sodio significativo de la evolución primera del romance; intente

mos, pues, indagar algo de la historia de tan oscuros siglos en re-

lación con esa evolución lingüística; intentémoslo penetrándonos

en lo posible del espíritu de aquella remota vida pasada, inspi

rándonos en la intención estética de los hablantes de entonces,

según estuviesen dominados por corrientes de cultismo o vulga-

ridad, de arcaísmo o neologismo, de énfasis o de abandono en la

expresión.