La pugna entre las distintas lenguas por preservar su presencia es
uno de los desafíos determinantes de los Quince Bruselas.- Ni el dinero,
ni el derecho de veto, ni los votos. La gran pelea del futuro en la Unión
Europea es la lengua. La creciente tendencia a utilizar el inglés y el
francés, cuando no el inglés a secas, en detrimento de las otras nueve
lenguas oficiales de la Unión Europea, está ya generando tensiones entre
los Quince. Alemanes y españoles se niegan a sucumbir a la dictadura del
bilingüismo. Detrás de ellos, agazapados, aguardan italianos y
holandeses, temerosos de quedar relegados. Francia teme con pánico que
esa batalla acabe favoreciendo el imperio del inglés, y defiende como
antídoto que el alemán se incorpore a la rutina diaria. Más allá, las
12 lenguas de los candidatos a ingresar en la Unión Europea auguran
complicaciones casi irresolubles. En una Europa con 23 lenguas harían
falta 115 intérpretes por sala en las reuniones de alto nivel para
asegurar un sistema similar al actual. Es un asunto políticamente muy
delicado. Porque se puede perder la moneda, pero es más difícil
renunciar a la propia lengua. El uso de las 11 lenguas oficiales (inglés,
francés, alemán, castellano, italiano holandés, portugués, griego,
sueco, danés y finlandés) tiene una complejidad enorme y a menudo
responde más a prácticas consagradas por el tiempo que a acuerdos
jurídicos. En el Parlamento Europeo todos los actos oficiales tienen
interpretación a las 11 lenguas, desde las sesiones plenarias a las
reuniones de las delegaciones interparlamentarias, los plenarios de los
grupos políticos y las reuniones de las comisiones. Entre 550 y 600
intérpretes intervienen en cada sesión para garantizar el cumplimiento
de ese derecho y los debates son aplazados si falta una interpretación o
una enmienda no ha sido traducida. Cumplir esa obligación conlleva un
gasto cercano al tercio del total del presupuesto anual entre traducciones
e interpretaciones. En la Comisión Europea las reuniones del Colegio de
Comisarios y las de jefes de gabinete se desarrollan en inglés, francés
y alemán con intérpretes. En la sala de prensa los idiomas permitidos y
traducidos son inglés y francés, aunque hay interpretación a todas las
lenguas en las ruedas de prensa de los comisarios. En las reuniones de
trabajo de los funcionarios se habla inglés y francés sin intérpretes.
Los documentos se traducen a inglés, francés y alemán pese a que sólo
el 2% están originalmente redactados en esa lengua. Las otras apenas
cuentan por escrito. Los mayores conflictos se dan en el Consejo de
Ministros. El reglamento lingüístico consagra el uso de las 11 lenguas y
el reglamento interno establece que "el Consejo deliberará y
decidirá únicamente sobre la base de documentos de proyectos
establecidos en las lenguas previstas por el régimen lingüístico en
vigor". Un redactado que algunos países equiparan al derecho a
exigir la interpretación a todas las lenguas oficiales. Alemania, por
ejemplo, exige que haya traducción al alemán en todas las reuniones de
rango ministerial, lo mismo las de carácter formal que las informales.
Una posición adoptada también a veces por España. En las reuniones de
trabajo del primer pilar (mercado interior) hay interpretación al
inglés, francés, alemán, italiano, español y holandés. En las del
segundo pilar (política exterior y de seguridad) se utiliza francés e
inglés, sin intérpretes. En los grupos fusionados de ambos pilares se
combinan los dos sistemas. En el Consejo se ha establecido un acuerdo de
caballeros por el que, cuando por causas de fuerza mayor no hay
intérpretes, se trabaja en inglés y francés pero nadie puede hablar en
su lengua materna. El acuerdo se soslaya cuando alguien es realmente
incapaz de cumplirlo, algo que ocurre sobre todo con los irlandeses, los
anglófonos menos hábiles con el francés. Estas normas no siempre se
cumplen. En nombre del ahorro y el pragmatismo, francés y sobre todo
inglés, tienden a ser utilizados en detrimento de las demás lenguas. La
política de Defensa se está fraguando así, quizá para evitar
filtraciones desde las cabinas de interpretación. Surgen conflictos
puntuales, como la idea del comisario británico Chris Patten de que la
Agencia Europea para la reconstrucción de Kosovo utilice sólo el
inglés. O la restricción a inglés, francés y alemán en la oficina de
Patentes. Esa marea franco-anglófona está despertando al resto de
socios, que recuerdan que la Unión se jacta de ser un consorcio de
Estados-nación que nunca renunciarán a su carácter y su cultura. La
batalla política la lideran de forma soterrada alemanes y españoles,
aunque a veces parecen estar en campos opuestos. Ambas partes sostienen
que su objetivo es defender la lengua propia sin menoscabo de las demás.
"Lo único que queremos es mantener el statu quo y evitar que siga
avanzando el bilingüismo", señalan fuentes diplomáticas alemanas.
"No estamos contra nadie, sino a favor de defender el alemán. Muchos
de nuestros ministros sólo hablan alemán y tienen derecho a usar su
lengua". El alemán tiene escasa proyección en un mundo cada vez
más global, pero oza de gran peso en Europa. Es la lengua materna más
extendida de la UE (24% de la población) y se habla no sólo en Alemania,
sino en Austria, Luxemburgo y algunas regiones de Bélgica, Italia y
Francia. Un 32% de europeos hablan alemán (incluyendo a aquellos para los
que no es su primera lengua), una tasa de penetración inferior al
inglés, pero superior a la del francés. El castellano, en cambio, tiene
menos presencia en Europa, pero una extraordinaria proyección. Se
extiende a gran velocidad por Estados Unidos, goza de prestigio en Europa
más allá de las fronteras españolas (véase pieza adjunta) y representa
a cuatrocientos millones de hispanohablantes repartidos por el mundo
entero. El italiano, sin embargo, no tiene más defensa que la del mero
hecho estadístico de que Italia está más poblada que España. Es una
lengua que no cruza fronteras, que no tiene el carácter vehicular del
castellano. El régimen lingüístico condiciona la ampliación al Este
"El régimen lingüístico será el mayor conflicto de la ampliación
a Europa del Este", coinciden en afirmar funcionarios de la Comisión
Europea y diplomáticos del Consejo o de los Estados. Los 13 futuros
socios suponen 12 lenguas (turco, polaco, húngaro, checo, rumano,
búlgaro, eslovaco, estonio, letonio, lituano, esloveno y maltés). En
Chipre se habla griego y turco. Un informe elaborado por cuatro expertos
europeos por encargo del Consejo deMinistros ha llegado a la conclusión
de que es imposible mantener con 23 lenguas oficiales el mismo sistema de
interpretación que se utiliza ahora en 70 reuniones diarias. Aplicar el
régimen integral (usar todas las lenguas e interpretarlas en todas las
lenguas) requeriría 115 intérpretes y 23 cabinas por reunión, frente a
33 y 11 en la actualidad. Es muy difícil tener salas con 23 cabinas o
soportar el coste de tantos intérpretes, pero sobre todo es imposible
encontrar o formar a tantos intérpretes que dominen de tres a siete
lenguas además de la suya. Los expertos no descartan que el problema de
aumentar el número de cabinas pueda solucionarse construyendo un gran
complejo externo de interpretación, siempre y cuando se garantice un
acceso audiovisual a distancia de gran calidad. Descartan el uso de los
llamados pivotes y relés que prevé que no todas las lenguas sean
traducidas directamente a todas las demás, sino que cuando un intérprete
ignora la lengua en que se pronuncia una intervención pueda conectarse
(en relé) a otro colega que la traduce en directo y traducir la
interpretación de ese colega (llamado pivote) en lugar del discurso
original. Apenas reduce el número de intérpretes requeridos (entre 77 y
85, frente a la treintena actual), aumenta el de cabinas (entre 25 y 27) y
se pierde calidad en la interpretación al retrasarse y no ser de primera
mano. Desaconsejan el llamado régimen de ida y vuelta: todas las cabinas
trabajan a partir de una lengua materna hacia una o dos lenguas pivote y
traducen a su propia lengua lo mismo en directo que a través del pivote
en relé. Requiere entre 22 y 23 cabinas y de 66 a 69 intérpretes.
Consideran más aceptable el régimen mixto directo y de ida y vuelta,
utilizado en Naciones Unidas. Aunque requerirían 23 cabinas y 69
intérpretes, ofrece más garantías de calidad. Pero los expertos se
pronuncian a favor del régimen asimétrico, por el que ciertas lenguas
serían activas y otras pasivas. Las pasivas se utilizan sólo para
hablar. Las activas permiten escuchar también las traducciones de todas
las demás. Los expertos parten de la base de que las 11 lenguas actuales
sean activas y las 12 nuevas pasivas. Así, un esloveno podría hablar en
su lengua pero debería escuchar las traducciones en cualquiera de las
lenguas activas. Permite reducir el número de cabinas a entre 9 y 23 y el
de intérpretes a entre 27 y 57. Pero significaría una discriminación de
las lenguas de los nuevos socios frente a los actuales. Paradójicamente
no han proyectado el coste de ese sistema tomando como lenguas activas
sólo las más extendidas (inglés, francés, alemán, italiano,
castellano, polaco y holandés). Así la discriminación tendría
argumentos demográficos.
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