En Berlín, Quim Monzó

En Berlín, Quim Monzó

En el hotel, de las docenas de emisoras de televisión que se reciben sólo dos son en inglés, y ni una en francés, ruso, español, italiano... En los restaurantes, las cartas en cualquier lengua que no sea alemán brillan por su ausencia. Visito un par de museos y todas las explicaciones son exclusivamente en alemán. Aquí no pasa como en Cataluña, donde un museo es acusado de provinciano a la que no coloca sus textos en cuatro lenguas.

Todos esos que hablan de la entronización definitiva del inglés como "lingua franca" deberían darse un garbeo por Alemania. La situación no es nueva. Recuerdo un día, hará un par de lustros, que, en una cervecería alemana, cometí el imperdonable error de decir en inglés, a un señor que me había preguntado algo, que me disculpase pero que no le entendía. El hombre me increpó: "In Europa, Deutsch!" Y si esa actitud lingüística resulta sorprendente en una ciudad abigarrada como Berlín, con tantos visitantes, lo es mucho más en su aeropuerto. Los aeropuertos son Babel, el lugar por el que van y vienen gentes de muy diversos países y, en consecuencia, cabría suponer cierta predisposición a facilitar las cosas a los que no dominan la lengua de Oliver Kahn. Pero no. Los dependientes de las tiendas (¡incluso los encargados de los mostradores de información!) utilizan un inglés y un francés que de tan precarios resultan incomprensibles. Y no son sólo las personas. La inmensa mayoría de letreros con informaciones básicas aparecen sólo en alemán. Excepcionalmente, indicaciones como la salida aparecen marcadas con "Exit" además de "Ausgang", o con "Do not use the elevator in case of fire", además del "Aufzug im Brandfall nicht benutzen". Pero, en cambio, sólo está en alemán el letrero que, junto al ascensor público, aclara qué hay en cada planta. De forma que, si no pillas el alemán, puedes entender qué hay en la tercera planta ("Restaurant und Bistro") pero no decidir si en la cuarta hay algo que te interesa, porque lo que se lee es, únicamente, "Verwaltungen zugang nur dienstlich". Es similar la situación ante las pantallas de ordenador que por unos euros te permiten conectar a Internet: no hay opción de escoger lengua, de forma que o entiendes alemán o vale más que pases de ellas. Es una situación interesante. Por un lado, porque evidencia que la supuesta supremacía del inglés no es absoluta; y que el líder encuentre resistencia añade interés a cualquier Liga. Y, por otro lado, porque te das cuenta de que al cabo de poco empiezas a espabilarte y a saber que, si en un bar buscas una bandeja, vale más que te dirijas al letrero en el que pone "Tabletts". Y que si en tal puerta pone "Zutritt verboten", vale más que no entres porque te van a echar a patadas.

Pero entonces, ¿dónde queda todo eso de ser lingüísticamente abiertos? A nosotros, pobres habitantes de este rincón de la Unión Europea, nos han repetido una y mil veces que para ser cosmopolitas tenemos que ser muy plurilingües. En cambio, los berlineses son la mar de cosmopolitas sin bajar del burro. Si nosotros actuásemos así con los que nos visitan, ¿no nos acusarían de poco menos que de xenófobos? ¿Por qué, en cambio, ellos tienen bula? Yo diría que, con nuestra tendencia a la genuflexión lingüística y nuestro frenesí por parecer lo que sea antes que lo que somos, lo que estamos haciendo es el primo.