OBRA: Diálogo de la Lengua, Juan de Valdés

FUENTE: Diálogo de la Lengua, edición de Cristina Barbolani,

Madrid, Cátedra, 1998.

 

V.- Abasta que la lengua latina, como he dicho, des-

terró de Spaña a la griega, la qual assí mezclada y

algo corrompida se platicó en España hasta la ve-

nida de los godos, los quales, aunque no desterra-

ron la lengua latina, todavía la corrompieron con

la suya, de manera que ya la lengua latina tenía en

España dos mezclas, una de la griega, según mi

opinión, y otra de los godos. El uso desta lengua

assí corrompida duró por toda España, según yo

pienso, hasta que el rey don Rodrigo en el año de

setecientos y diez y nueve, poco más o menos,

desastradamente la perdió, quando la conquista-

ron ciertos reyes moros que passaron de África,

con la venida de los quales se començó a hablar en

España la lengua aráviga, eceto en Asturias, en

Vizcaya y Lepuzca, y en algunos lugares fuertes de

Aragón y Cataluña, las quales provincias los moros

no pudieron sujuzgar, y assí se salvaron muchas

gentes de los cristianos, tomando por amparo y de-

fensión la aspereza de las tierras, adonde, conser-

vando su religión, su libertad y su lengua, estuvie-

ron quedos hasta que en Asturias, adonde se reco-

gió mayor número de gente, alçaron por rey de

Spaña al Infante don Pelayo, el qual con los suyos

començó a pelear con los moros, y, ayudándoles

Dios, ivan ganando tierra con ellos, y assí como los

sucessores deste rey sucedían en el reino, assí tam-

bién sucedían en la guerra contra los moros, ga-

nándoles quando una cibdad y quando otra, y

quando un reino y quando otro. Esta conquista,

como creo sabéis, duró hasta el año de mil y qua-

trocientos y noventa y dos, en el qual año los Reyes

Católicos de gloriosa memoria, ganando el reino de

Granada, echaron del todo la tiranía de los moros

de toda España. En este medio tiempo no pudieron

tanto conservar los españoles la pureza de su len-

gua53, que no se mezclasse con ella mucho de la

aráviga, porque, aunque recobravan los reinos, las

cibdades, villas y lugares, como todavía quedavan

en ellas muchos moros por moradores, quedávan-

se con su lengua; y, aviendo durado en ella hasta

que pocos años ha el Emperador les mandó se tor-

nassen cristianos o se saliessen de Spaña, conver-

sando entre nosotros, annos pegado muchos de sus

vocablos. Esta breve historia os he contado por-

que, para satisfazeros a lo que me preguntastes

me pareció convenía assí. Agora, pues avéis visto

como, de la lengua que en España se hablava antes

que conociesse la de los romanos, tiene oy la cas-

tellana algunos vocablos y algunas maneras de de-

zir, es menester que entendáis cómo de la lengua

aráviga ha tomado muchos vocablos; y avéis de

saber que, aunque para muchas cosas de las que

nombramos con vocablos arávigos tenemos voca-

blos latinos, el uso nos ha hecho tener por mejores

los arávigos que los latinos; y de aquí es que dezi-

mos antes alhombra que tapete, y tenemos por me-

jor vocablo alcrevite que piedra sufre, y azeite que

olio, y si mal no m'engaño, hallaréis que para solas

aquellas cosas que avernos tomado de los moros no

tenemos otros vocablos con que nombrarlas que los

arávigos, que ellos mesmos, con las mesmas cosas,

nos introduxeron54; y, si queréis ir avisados, halla-

réis que un al- que los moros tienen por artículo,

el qual ellos ponen al principio de los más nombres

que tienen, nosotros lo tenemos mezclado en algu-

nos vocablos latinos, el qual es causa que no los

conozcamos por nuestros. Pero, con todos estos

embaraços y con todas estas mezclas, todavía la

lengua latina es el principal fundamento de la cas-

tellana, de tal manera que, si a vuestra pregunta

yo uviera respondido que el origen de la lengua

castellana es la latina, me pudiera aver escusado

todo lo demás que he dicho; pero mirad que he

querido ser liberal en esta parte, porque me consin-

táis ser escasso en las demás.

M.- Maravillóme mucho que os parezca cosa tan estra-

ña el hablar en la lengua que os es natural. Dezid-

me, ¿si las cartas de que os queremos demandar

cuenta fueran latinas, tuviérades por cosa fuera de

propósito que os demandáramos cuenta dellas?

V.- No, que no la tuviera por tal.

M.- ¿Por qué?

V.- Porque he aprendido la lengua latina por arte y li-

bros, y la castellana por uso, de manera que de la

latina podría dar cuenta por el arte y por los libros

en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el

uso común de hablar; por donde tengo razón de

juzgar por cosa fuera de propósito que me queráis

demandar cuenta de lo que sta fuera de toda cuenta.

M.- ¿Tenéis alguna regla cierta para esto de los acen-

tos?

V.- Ninguna tengo que salga siempre verdadera; es |

bien verdad que por la mayor parte los verbos que |

tienen el acento en la última son terceras personas o |

de pretérito, como amó, o de futuro, como enseñará.

M.- ¿Avéis notado alguna otra regla que pertenezca

al acento?

V.- Ninguna, porque ya sabéis que las lenguas vul-

gares de ninguna manera se pueden reduzir a re-

glas de tal suerte que por ellas se puedan apren-

der; y siendo la castellana mezclada de tantas

otras, podéis pensar si puede ninguno ser bastante.

M.- Que nos digáis lo que observáis y guardáis acerca

del escrivir y hablar en vuestro romance castellano

quanto al estilo309.

V.- Para deziros la verdad, muy pocas cosas observo,

porque el estilo que tengo me es natural, y sin afe-

tación ninguna escrivo como hablo; solamente tengo

cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo

que quiero dezir, y dígolo quanto más llanamente

me es possible, porque a mi parecer en ninguna

lengua sta bien el afetación; quanto al hazer dife-

rencia en el alçar o abaxar el estilo según lo que

scrivo o a quién escrivo, guardo lo mesmo que

guardáis vosotros en el latín.

M.- Si acerca desto uviéssedes de aconsejar a alguno,

¿qué le diríades?

V.- Diríale primeramente que guardasse lo que al prin-

cipio dixe de los artículos, porque esto pertenece

assi para el hablar bien como para el escrivir. Avi-

saríale más que no curasse de un que superfluo que

muchos ponen tan continuamente, que me obligaría

quitar de algunas escrituras, de una hoja, media

dozena de quees superfluos.