CARNAVAL Y PERSONALIDAD Desde ciertos puntos de vista, el carnaval supone la posibilidad de expresión de ciertas áreas de la persona que el resto del tiempo son prohibidas por su cultura. Es ciertamente curioso constatar que el término "persona" viene del latín donde significaba "máscara de actor, personaje teatral". Ello, siguiendo ciertos enfoques, se ha contrapuesto al término individuo, el cual propone referirse al ser humano integral más allá de las máscaras. Existen opiniones de que el "carácter", la personalidad, o la "persona" a secas del individuo son una especie de coraza tras la que se esconde el verdadero ser humano. Esta coraza consta de un complejo muro de mecanismos de defensa construidos alrededor de las experiencias donde el individuo recibió heridas emocionales sin la posibilidad de ser comprendidas e integradas armónicamente en la totalidad de su ser. De este modo, si de pequeños sufrimos de las burlas de padres, maestros o compañeros cuando expresábamos alguna emoción prohibida por nuestra cultura, por ejemplo envidia, se nos corregía y se nos inculcaba la correspondiente emoción que debía sustituirla, en este caso podría ser admiración y consideración afectuosa hacia el que era objeto de esta envidia. Todo el conjunto de comportamientos así modelados constituyen una especie de "guión" o "papel" teatral que hemos asumido como propio intentando rechazar todo aquello que no cuadre con él. Ese papel o guión pues es la persona, es decir todo lo "mejor de la cajita", que es el rol que debemos seguir siempre que el tiempo de permanencia con la(s) otra(s) personas no haga que se nos "vea el plumero". Así, cuando ciertas emociones prohibidas quieren expresarse tendemos a sustituirlas por otras más aceptables mientras que, por un curioso fenómeno de proyección, atribuimos la inaceptable a los demás sin darnos cuenta en absoluto del fenómeno. Pero este proceder es bastante destructivo para nuestra integridad psicológica de modo que, aunque sea en carnavales podemos, por algunos días, ponernos otras "personas", ser otras máscaras ocultando nuestra verdadera identidad social (en el sentido de la que mayor tiempo utilizamos) y dar rienda suelta a ciertas emociones cuestionables: somos el payaso, una lujuriosa dama de alta alcurnia que seduce a un esclavo romano o el demonio que se mofa de las correspondientes "fuerzas del bien" al uso. Es significativo observar cómo las fiestas, la "marcha" y la juerga, con sus reglas simbólicas mucho más abiertas, permiten también satisfacer gran parte de estas necesidades. Tenemos las fiestas de disfraces donde el disfraz sustituye al otro disfraz más frecuente: el "director financiero" de una sucursal bancaria puede disfrazarse de "bailongo de lambada" el cual, con el whisky correspondiente, desempeñará un papel a todas luces distinto al usual aunque, en realidad, basta con cambiar de disfraz y sentir que ciertas emociones y experiencias son posibles en mayor grado. De este modo, los bailes, fiestas etc. e incluso los fines de semana de "marcha loca" son, de una forma u otra, el carnaval de "todos los días". 1993 Antonio Grandío Botella Rosana Peris Pichastor Doctora en Psicología Lda. en Psicología |