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Interior de un avíón que traslada los ataúdes con soldados fallecidos en Iraq
 
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MORGUE DE DOVER
El mayor tanatorio militar del mundo

La base aérea de Dover, en la costa atlántica de Norteamérica, es la gran morgue a la que son enviados los cuerpos de los militares de Estados Unidos muertos en Iraq. Pese a que la prensa tiene prohibido el acceso, hemos conocido los detalles de su funcionamiento

Está taxativamente prohibido el acceso de ningún medio comunicación a las ceremonias de recepción de víctimas  
El tanatorio, con 24 salas de autopsia, puede aceptar hasta 200 cadáveres y tiene capacidad para almacenar 500 féretros  
Los oficiales evitan que ningún e-mail o móvil pueda alertar a los familiares de la víctima antes de la notificación oficial  
El reglamento es muy estricto: en ningún momento se apilarán los féretros y siempre se trasladarán con los pies por delante  

JULIO GONZÁLEZ ÁLVAREZ - 21/11/2004


En la reciente ofensiva estadounidense para conquistar la iraquí ciudad de Falluja murieron 38 soldados norteamericanos y otros 320 resultaron heridos. Las víctimas mortales en el campo insurgente fueron entre 1.000 y 1.200. Tras los cuerpos sin vida de los militares occidentales se sitúa el efecto Dover. Lo temen quienes deciden las guerras desde mullidos y confortables despachos, apartados de los escenarios bélicos. Lo rehúye la Casa Blanca. Porque las guerras en los despachos son juegos de tablero, envites de póquer, cálculos estratégicos, análisis políticos. Lo otro, la guerra de verdad, es otra cosa. Un asunto serio que Dover se encarga de recordarlo con obstinación.

Hoy, una guerra en Estados Unidos debe superar el llamado test de Dover, expresión recientemente acuñada en Harvard por el general Shelton: "¿Está preparado el público americano para la visión del retorno a casa de nuestros recursos más preciados dentro de ataúdes envueltos en banderas, llegando a la base aérea de Dover?". Para la administración Bush, la mejor solución ha sido simplemente eludirlo. Un día antes del inicio de la invasión de Iraq, todas las bases militares recibieron una circular interna que prohibía taxativamente, y con carácter inmediato, el acceso de ningún medio de comunicación a las ceremonias de recepción de bajas de guerra. El autodenominado presidente de la guerra se ha convertido, además, en el primer presidente estadounidense que nunca ha asistido a un funeral por los caídos en ella. George W. Bush no quiere fotos junto a féretros. En su guerra de vídeo consola no tienen cabida. De haber muertos, éstos serán discretos y sólo para sus familias. Por eso, los partidarios de la guerra se enfurecieron e intentaron inútilmente atajar que fotografías con decenas de ataúdes procedentes de Iraq dieran la vuelta al mundo en internet. "Las familias no quieren ver en televisión un féretro que podría contener los restos de su ser querido", ha sido la beatífica explicación oficial.

La base aérea de Dover alberga el mayor tanatorio militar del mundo; el único que Estados Unidos tiene en su continente, además de los de Landstuhl en Alemania y Kadena en Japón. En el estado de Delaware, entre Washington y Nueva York, mirando al Atlántico, Dover es la gran puerta de entrada al país de los soldados muertos en ultramar. Una parada obligatoria de tres a cinco días en el definitivo viaje de vuelta a casa . Una gran morgue industrial donde se procesan en cadena los restos humanos; donde los cuerpos (o las piezas separadas) se etiquetan con códigos de barras, se ensamblan, se cosmetizan, se uniforman y se condecoran, laureados con el Corazón Púrpura a título póstumo. Y, sobre todo, héroes presentables a las familias.

En Dover se hace lo imposible para "ganar terreno a la clausura" (literalmente, to gain closure, en la jerga del centro); es decir, que el resultado último pueda catalogarse como de ataúd abierto, dentro de la categoría militar de "visible". Inevitablemente, una cuarta parte de los casos terminarán en las categorías de "visible sólo a efectos de identificación", o "no visible", clasificadas como de ataúd cerrado. Hacer trizas un país, descerrajar una nación entera es complicado y tiene sus costes. En su desesperación, el gato acorralado propina zarpazos temibles, y a Dover llegan sus resultas: chavales rotos en cajas de aluminio.

Cuerpos perforados, desmembrados, quemados, desgarrados, asfixiados... por los hijos, cuñados, vecinos, paisanos de otros abrasados, reventados; estos últimos en múltiplos de mil. Se desbordaron las previsiones. En menos de un año hubo que concluir a toda prisa el nuevo y tecnificado tanatorio Charles Carson, con capacidad para procesar, en caso necesario, hasta 200 cuerpos. Más de 200 estaciones informáticas, 24 salas de autopsias, almacenaje para 500 féretros. Desde marzo del 2003, el personal de plantilla sólo recuerda un día con la sala fúnebre vacía.

Las cuentas no salieron según los cálculos simplistas y exóticos. En las ensoñaciones alucinadas de los wolfowitzs y los cheneys, Iraq sería casi un paseo en barca. Soldados sonrientes y relajados haciendo sus compras por los bazares de Bagdad o Basora. Prósperas instalaciones petrolíferas a plena producción, viento en popa. El mundo es otro, y Dover lo desmiente con su goteo incesante de cadáveres, a golpes convertido en reguero (helicóptero Chinook derribado: 16, colisión de dos Black Hawk: 17, Fort Hood: 10, etcétera). Casi a diario, a cualquier hora del día o de la noche, lúgubres vuelos de los gigantes C-5 Galaxy dejan su tétrica carga a pie de pista. Cuerpos que vienen de Bagdad, a veces desde Mosul o Tikrit, siempre vía Kuwait y luego Ramstein, en Alemania. Por cada muerto, llega, además, un rosario de heridos. Mutilados, lisiados, ciegos, parapléjicos descienden sombríamente con sus vendajes, sus muletas, sus sillas de ruedas. Historias de fatigas y espanto por calles y campos iraquíes. Una imagen incómoda y antiestética al resguardo de cámaras o periodistas. Cuando se alistaron, le faltó tiempo al Pentágono para publicar sus fotos en los periódicos de sus pueblos, a ver si cundía el ejemplo.

Ceremonia de agradecimiento
Uno de los grafiti que los soldados escriben en sus cascos reza: "I fight, so you don´t have to", (yo lucho para que tú no tengas que hacerlo). Imposible resumir con menos palabras la esencia del trabajo de un soldado. Por eso, su muerte no será un accidente laboral cualquiera.Un agradecimiento reverente, un incómodo y perturbador sentimiento de deuda infinita envolverá a tan generoso acreedor en su viaje de vuelta. El ejército, la sociedad, no escatimarán recursos para sus últimos días. Se dispondrá lo necesario para estar en Dover a las 48 horas y, si es preciso, se fletarán vuelos ad hoc. Ceremoniosos rituales con guardia de honor se repetirán en cada operación de embarque o desembarque. El tráfico de la base, el personal de servicios, los peatones se detendrán y saludarán conmovidos al paso del furgón, camino del mortuorio.Al terminar la estancia, Dover le despedirá anunciando solemnemente su partida por megafonía, y todo el personal del centro, allá donde esté, interrumpirá inmediatamente su actividad con un largo saludo militar. En el trayecto a casa, los aeropuertos civiles enmudecerán sobrecogidos, el personal de vuelo agilizará trámites con solícita y obsequiosa diligencia, los mozos de carga maniobrarán con delicadeza exquisita. Durante el vuelo o las esperas, todo serán facilidades y amabilidades para los escoltas.

El personal de Dover es 92M. Cada especialidad en el ejército estadounidense tiene un número: infantería es 11B; ingenieros de combate, 12B; radioperadores, 31C. 92M son los especialistas en "Mortuary Affairs", coloquialmente conocidos como 92-mikes, o simplemente mikes. Dentro del casi medio millón de hombres y mujeres del ejército forman un cuerpo muy pequeño y peculiar de pocos centenares. Es la única especialidad que conoce bien la realidad del combate, sin experiencia en el mismo. La única cuyo abandono no estará mal visto en el ambiente militar. Jóvenes a los que su terrible trabajo les confiere la sabiduría del viejo. En ocasiones, un cierto nihilismo depresivo. Su lema es "dignidad, reverencia, respeto". Nada de los estremecedores "Death from above" (muerte desde arriba), o "Death on call" (muerte por encargo), tan del gusto de otras unidades. Un duro trabajo el de los mikes. Soldados que procesan a otros soldados; muy diferente del trabajo aséptico y distanciado de los forenses civiles.

En los frecuentes empellones de la muerte, las jornadas se prolongan durante 10 o 12 horas, que los mikes soportan estoicamente; después de todo, ellos están a resguardo y ven a sus familias cada noche. El equipo de psicólogos vigila siempre atento cualquier signo anunciador de derrumbe. Cada persona es un mundo; los hay literalmente pegados al televisor, pendientes de la CNN o la CBS para saber qué vendrá dos días más tarde. Otros, la mayoría, eligen no ver, no escuchar, no leer las noticias; no quieren asociar caras o biografías con amasijos.

En cierto modo, forman un rancho aparte que el ejército prefiere mantener alejado del resto. Todas las especialidades militares tiene su distintivo específico; por ejemplo, los artilleros ostentan insignias con dos cañones cruzados; la infantería, dos fusiles; los ingenieros, una fortaleza. Los mikes carecen de distintivo propio y ninguna insignia les delata fuera del servicio. Los destacados en las zonas de conflicto eligen y establecen discretamente sus puntos de recogida al abrigo de cualquier mirada; sólo los oficiales de cada compañía conocen los emplazamientos. Dicen que podría minar la moral de la tropa, y a algunos soldados les da yuyu su presencia. A fin de cuentas, podrían ser recogidos por ellos mañana. Las zonas de evacuación general del teatro de operaciones (Kuwait) también están prudentemente disimuladas. Blancas tiendas sobre la arena y camiones frigoríficos se esconden tras un anillo de contenedores enormes próximos al aeropuerto. Las entradas y salidas del personal, los comedores y las áreas de descanso están separadas de las generales.

Cuando cae un soldado en Iraq, o en cualquier otra parte, sus restos deben trasladarse cuanto antes al punto de recogida. Con frecuencia hay misiones sólo para localizarlos y traerlos tras un ataque, porque el abandono definitivo, la inhumación in situ o la cremación no son opciones militares en la guerra contemporánea. Entonces se desencadena una rápida sucesión de rutinas y protocolos que garantizan su pronta llegada a suelo americano (Dover), y en las condiciones reglamentadas. Los cuerpos se introducen en bolsas de vinilo con hielo y se evacuan hacia Kuwait en las horas siguientes. Mientras, en la unidad de origen, la noticia corre como un escalofrío. Los oficiales ordenan rápidamente medidas para que ningún correo electrónico o ningún móvil inoportuno pueda alertar a la novia, al hermano, antes de la notificación oficial a la familia.

En Kuwait, Camp Wolverine es el embudo que recoge las bajas diarias de Iraq y las esporádicas de Afganistán y otras áreas de Oriente. Ahí se pasan las bolsas a cajas de aluminio reutilizables que serán embarcadas con todos los honores, envueltas en la bandera americana (siempre el campo azul de estrellas sobre el hombro izquierdo). El reglamento es muy estricto para "preservar la dignidad" de los caídos: en ningún momento se apilarán las cajas, se trasladarán horizontalmente, siempre con los pies por delante. Antes se habrá hecho un inventario escrupuloso de las heridas recibidas, anotado cicatrices, tatuajes, marcas, para ayuda en la identificación. Los efectos personales se habrán limpiado (la familia jamás recibirá un objeto manchado de sangre) y registrado minuciosamente (se apunta la numeración de cada billete de dólar).

La llegada a Dover es precedida de un aviso desde la base alemana de Ramstein: ya están en ruta. La carga fúnebre hace su entrada cruzando formidables escáneres blindados de hormigón a prueba de explosivos.Un proyectil inusual, una granada olvidada entre los despojos, serían detectados inmediatamente (en alguna ocasión hubo que evacuar el mortuorio viejo). A partir de aquí, se inicia una cadena de procedimientos reglamentados hasta el último detalle. El fin será lograr cadáveres perfectamente identificados y con la máxima dignidad posible. Y todo ello en el menos tiempo posible, porque el ejército asume como parte de su deuda minimizar la angustiada espera de las familias.

Un tutor controla
Cuerpos y efectos personales se separan en caminos paralelos que volverán a reunirse al final. A cada cuerpo se le asigna una especie de tutor, un operario que le seguirá inseparable durante su recorrido por las distintas secciones; "en ningún momento de todo el proceso perderá contacto visual con los restos, ni contacto físico con su documentación", dispone el protocolo de actuación para prevenir errores. Cada resto humano separado, por pequeño que sea, se etiqueta con un código de barras que sólo será idéntico si la correlación está asegurada. Ante la duda, por posible mezcla en origen, serán códigos distintos a la espera de que el departamento responsable encuentre las correlaciones.

Todo procedimiento aplicado se registra en tiempo real en los puestos informáticos y se anota en los impresos, siempre adjuntos a los restos. Muchos vienen con la etiqueta BTB ("believed to be", se cree que es). De las identificaciones se encarga directamente el FBI, con funcionarios y bases de datos propios. Lo primero, huellas digitales y radiografías dentales; si no es factible (porque faltan los elementos anatómicos), se encargan los análisis de ADN, en cuyo caso se alargará unos días la estancia. A ser posible, nadie irá a la tumba al soldado desconocido. Invariablemente se practican las autopsias, para obtener información de interés militar. También las familias necesitan detalles, que no siempre serán dados.

Hasta el menor detalle
En las áreas de embalsamamiento y cosmética, los especialistas consiguen verdaderos milagros con las técnicas más avanzadas. Se supervisa hasta el último pormenor: ni un vestigio de sangre entre las uñas. La idea no es preparar un funeral, sino una "reunión con la familia"; el encuentro, después de meses, con los seres queridos. Se viste el cuerpo impecablemente con el uniforme de la especialidad, elegido entre cientos almacenados de todas las ramas militares. Relucientes condecoraciones, medallas, insignias, se colocan minuciosamente en los lugares exactos y en su posición correcta. Las bases informáticas detallan hasta el último distintivo que corresponde a cada historial; algunas familias no perdonarían un descuido o una omisión en este asunto. Y el procedimiento es exactamente el mismo para los ataúdes de tipo cerrado, que no se abrirán jamás. Es el tributo de honor de Dover, aun para los casos más extremos (un fardo perdido en un inmaculado uniforme).

Mientras, los escoltas que acompañarán al caído hasta su hogar, a través de vuelos y autovías, ya están en espera o vienen consternados de camino. Generalmente son compañeros voluntarios de la misma especialidad; con frecuencia hermanos, parientes, también militares. A la postre, el soldado abandonará la burocracia militar tal como entró: con un pliego de impresos.

En paralelo, se procesan los efectos personales en la sección correspondiente; los catalogados como "efectos sentimentales" (anillos de boda, medallas de nacimiento) que las familias podrían depositar dentro del ataúd, irán a una bolsa especial de terciopelo. Una variopinta colección de objetos: las sempiternas tarjetas telefónicas, dólares, dinares iraquíes, chapas militares, fotos, gafas, carteras, relojes todavía funcionando con hora de Bagdad, vídeo consolas..., se entregará aparte. Es en estas dependencias donde el personal está más expuesto a desmoronamientos, a desplomes psicológicos. En las salas anatómicas, pese al espanto visual, puede lograrse cierta anestesia mental que distancie y haga ver los restos como objetos. Aquí, las pertenencias personales destapan la temida conexión que tantos rehúyen: descubrir cuántos proyectos, cuántas ilusiones, cuántas historias se han visto truncadas y desbaratadas. Cartas a medio escribir, fotografías, un zapatito de bebé, correspondencia con el habitual "vuelve pronto, hijo"...



 
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